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[RP]Thermæ Appiæ

 
Poster un nouveau sujet   Répondre au sujet    L'Eglise Aristotelicienne Romaine The Roman and Aristotelic Church Index du Forum -> La place d'Aristote - Aristote's Square - Platz des Aristoteles - La Piazza di Aristotele -> Les faubourgs de Rome - The suburbs of Rome - Die Vororte von Rom - I Sobborghi di Roma
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Hermerico



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MessagePosté le: Mar Mai 30, 2023 4:46 pm    Sujet du message: [RP]Thermæ Appiæ Répondre en citant


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[EN]
In distant times, Rome had been known for its public baths. Obviously, not just for its public baths, but also for its public baths. Roman enginering, which brought wonders that would need centuries to be reinvented, nourished a society that enjoyed the pleasure of a relaxing bath for centuries. However, a long time had passed since the ostrogoths destroyed roman aqueducts, and the great baths of Caracalla, Agrippa or Nero were no more than a distant memory. One could think the age of public baths had passed, never to return.


Luciano Corelli had won and lost many thing along his life. Originary from Istria-Venezia, he made a fortune trading, lost it to piracy, won glory in the war as a merenary and lost in the same war his left lobe, his freedom and the hability to procreate descendents. After about five years as a prisoner in the East -What do you mean where? In the East!-, he recovered his freedom and could return to Italy. Too tired to return to trading,too fat to return to war, he settled in Rome, where he insisted on opening oriental-style public baths. Of course, "public" is just a figure of speech: his establishment was many things, but cheap.

The Appian Baths receive this name for the eponymous nymph, who was beleived to live in a fountain of the Temple of Venus, in the Caesarian Forum. Although far from the spectacular imperial baths, it's a relatively big building, decorated with caryatids representing antique classic goddesses. Inside, the baths are luxuriously decorated, with plenty of marble and mosaics, providing the traditional rooms of the roman baths -caldarium, tepidarium y frigidarium-, as well as small rooms prepared for massages and other activities the clients prefered to carry on behind closed curtains. But if there was something Corelli was proud of, that was his laconicum, a steam room, enough to justify, alone, the price the istrian demanded his clients.


Welcome to paradise.

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[CAS]
En tiempos lejanos, Roma había sido famosa por sus baños públicos. Evidentemente, no sólo por sus baños públicos, pero también por sus baños públicos. La ingeniería romana, capaz de maravillas que tardarían siglos en volver a reinventarse, había alimentado una sociedad que había disfrutado del placer de un buen baño durante siglos. Sin embargo, hacía ya muchos siglos desde que los ostrogodos habían destruido los acueductos de Roma y los grandes baños de Caracalla, Agripa o Nerón hacía mucho que no eran más que un recuerdo. Uno podría pensar que la época de los baños públicos había pasado en Roma para no volver jamás.

Luciano Corelli había ganado y perdido muchas cosas a lo largo de su vida. De origen veneciano istriano, había hecho una fortuna con el comercio, había perdido la misma fortuna a manos de los piratas, había ganado gloria en la guerra como soldado de fortuna y había perdido en la misma guerra el lóbulo de la oreja izquierda, la libertad y su capacidad para procrear descendientes. Tras pasar cerca de cinco años preso en Oriente -¿Que dónde?¡Pues en Oriente!-, recuperó la libertad y pudo volver a Italia. Demasiado cansado para volver al comercio, demasiado gordo para volver a la guerra, se estableció en Roma, donde se empeñó en abrir unos baños públicos de estilo oriental. Por supuesto, público es una forma de hablar: su establecimiento era muchas cosas, pero no barato.

Los Baños de Appia fueron llamados así por la ninfa homónima, que los romanos creían que vivía en una fuente del Templo de Venus, en el Foro de César. Aunque lejos de los espectaculares baños imperiales, se trata de un edificio relativamente amplio, decorado con cariátides representando a varias diosas de la antigüedad clásica. El interior está decorado con lujo y abundancia de mármoles y mosaicos, disponiendo de las salas tradicionales de los baños romanos –caldarium, tepidarium y frigidarium-, así como pequeñas salas reservadas para masajes y otras actividades que los clientes preferían desarrollar a cortina cerrada. Pero si de algo se enorgullecía Corelli era de su laconicum, una sala de vapor que justificaba, por sí sola, el precio que el istriano cobraba a sus clientes.

Bienvenidos al paraíso.
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HRP: The Appian Baths are conceived as a public area, both in this topic or in others. Even though it's not necessary to ask for permission to use the location, I will personally be grateful if the player of Hermerico is notified before doing so, in order stories not to get mixed. For any doubt, question or if you need Luciano or his workers to be part of a story, do not hesitate to write me! // Los Baños de Appia están concebidos como un espacio público, sea en este mismo hilo, sea en hilos separados. Aunque no es necesario, en principio, pedir permiso para usar el hilo o la ubicación, agradeceré personalmente que se avise al jugador de Hermerico antes de hacerlo, con el fin de evitar que se mezclen historias. Para cualquier duda o pregunta, o si necesitáis que Luciano o sus trabajadores participen en alguna historia, no dudéis en escribirme!

Enjoy the baths!//Disfrutad de los baños!

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Felipe...
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MessagePosté le: Dim Juin 04, 2023 7:10 pm    Sujet du message: Répondre en citant

Viernes 2 de junio - hora sexta

El cochero, subido a lomos de uno de los cuatro caballos blancos, y sin librea reconocible en sus ropajes, hizo chasquear el látigo varias veces para azuzar a las bestias a que avanzasen entre el gentío a una velocidad moderada. El carruaje, de pesada estructura de madera y cubierto por terciopelo granate, parecía demasiado aparatoso para las estrechas calles y se bamboleaba cuando sus grandes ruedas de ejes torneados rodaban sobre los innumerables baches del imperfecto empedrado romano. Muy convenientemente, alguien había dejado caer sobre la portezuela un paño ocultando el blasón de la vista ajena; a pesar de todo, no era más que otro carruaje atravesando las intrincadas calles de los rione de Roma, habitualmente concurridas no sólo por los vecinos, sino también por peregrinos llegados muchos sitios de la aristotelicidad y por tantos potentados que ya no impresionaban a nadie.

Uno de los caballos piafó alzando sus poderosos cascos, para dejarlos caer al momento cuando el coche se detuvo a la vuelta de la esquina de los baños del veneciano. Cuando las bestias se sosegaron y el vehículo quedó totalmente detenido, se abrió la portezuela y bajaron dos monjes con sus rostros ocultos por las amplias capuchas. El que caminaba delante era más bajo y delgado, se movía con desenvoltura, con sus manos unidas bajo las amplias mangas. Cuando una mujer anciana se santiguó y se acercó al monje pidiendo su bendición, el que venía detrás, más alto y robusto, con hechuras de hombre de armas, intentó apartarla, pero su compañero se lo impidió. Bendijo a la mujer rápidamente antes de proseguir su camino, dejando ver su blanca mano en cuyo dedo anular brilló brevemente un anillo de oro con un rubí sanguíneo. Los dos hombres anduvieron pegados a la pared bajo la sombra del alero del tejado hasta llegar a la puerta de los baños, que permanecía abierta.

No hubieron puesto un pie en el zaguán que un hombre de rostro cuarteado por el sol y con el lóbulo de una oreja cortado, los guio hasta el apodyterium para que se desnudasen. Sin duda era extraño para el veterano veneciano ver a dos monjes en su establecimiento, pero el tiempo y la experiencia le habían enseñado que era mejor no preguntar a sus clientes, ni nombre ni procedencia, ni mucho menos intenciones, aunque ciertamente había algo que no toleraba, las armas. No era habitual en Roma que las puñaladas cayeran como agua de mayo, y solía ser muy estricto, ya que la reputación de sus baños lo eran todo para él, cualquier agresión no haría más que espantar a potenciales clientes. En cuanto vio el frío acero a penas brillar por debajo de la túnica del monje más alto, protestó. No obstante, su suspicacia inicial fue aplacada cuando el más bajo de los recién llegados pagó un ducado de oro de más en compensación. Con el vil metal en su mano, regresó a la entrada tan silencioso como solía ser, dejando a los dos supuestos monjes con un joven muchacho que se encargaba de custodiar las pertenencias de aquellos que visitaban el establecimiento.

Finalmente se revelaban las identidades en la penumbra de aquella habitación, que olía a humedad, ladrillo mojado y laurel. El cardenal anudó un largo lienzo entorno a su cintura cubriendo su blanca desnudez: sin sus aparatosas túnicas parecía mucho más delgado, joven y enclenque: sólo el anillo en su mano parecía darle algo de dignidad y poder. A su lado anduvo su hombre de confianza en el trayecto al tepidarium como si fuera un cliente más: él se revelaba ahora como un veterano soldado con antiguas cicatrices en su cuerpo y una mirada de fanatismo que hizo apartar a varios romanos por los pasillos de los baños; el pomo de su daga asomaba de entre la toalla dispuesto a descarnar si hiciera falta. Los dos llegaron a una sala diáfana con mosaicos en el suelo a veces poco visibles por las vaharadas de vapor que se arremolinaban al paso de la gente. Una puerta de entrada, otra de salida, una piscina rectangular en el centro con los bordes de mármol blanco: allí, en una esquina fue donde el infante tomó asiento, metiendo sus piernas en el agua tibia mientras el guardaespaldas se posicionaba a varios metros de distancia de él, vigilando sin ser visto. ¿Por qué las misivas de Xacobo siempre eran tan intrigantes? el castellano sabía muy bien cómo llamar la atención de la gente, y Felipe no iba a ser una excepción: era la curiosidad lo que mataba al gato, aunque esperaba que no literalmente. Era muy extraño que el de Gondomar hubiera elegido un sitio como aquel para hablar con él, como si necesitaran de la discreción cuando ambos eran bien conocidos en Roma, uno por ser embajador y el otro un purpurado. El Álvarez-Josselinère removió la superficie del agua con su mano derecha creando algunos remolinos mientras de reojo observaba el ir y venir de las otras personas, aunque a veces por la iluminación fuera complicado distinguir los rostros.

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_______.______Sanctae Mariae Rotundae cardinalis episcopus | Archiepiscopus Burdigalensis
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Hermerico



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MessagePosté le: Mer Juin 14, 2023 8:14 pm    Sujet du message: Répondre en citant

    Un observador desatento podría haber afirmado con total tranquilidad que, más allá de las obvias y superficiales diferencias, Xacobo y Felipe se parecían más de lo que uno podría pensar en un primer momento. ¿Quién puede decir si habría estado o no en lo cierto? Pues la verdad es que cualquiera: no lo estaba, por eso lo llamo observador desatento. Si el observador hubiera prestado un poco de atención, habría notado unas cuantas diferencias, quizás sutiles, pero aún así de calado.


    La primera de estas diferencias fue, quizás, el modo de encarar la discreción. Donde Felipe había optado por un carruaje con las señas cubiertas, Xacobo -que no disponía de un carruaje por tradición familiar y nobiliaria- había decidido mantener absolutamente inalterada su rutina. Rico y Tomasso habían cargado, como de costumbre, la silla de manos, con la librea del Marqués bien visible, desde Sisto hasta Appia. El Marqués era de la opinión de que había pocas cosas más sospechosas que alguien que intentaba pasar desapercibido, en tanto que una silla de manos con librea era una visión tan cotidiana en Roma que nadie le dedicaría más de medio pestañeo.


    Una vez frente a los baños, el Lucero descendió de la litera, dejando a los porteadores la complicada tarea de encontrar un lugar en que aparcarla. Podríamos decir que Xacobo confiaba en los dos italianos, pero para ser francos ni siquiera se paró a pensar en el asunto. A sus ojos, como si Tomasso y Rico querían esperarle allí sosteniendo la silla en vilo. Llegó aquí la segunda diferencia: muestra de confianza o estupidez -cualquiera de las dos habría sido consecuente con su historia familiar- entró sólo en el local de baños. Aunque su valet, Gaspar, solía ser su sombra, el Lucero no acostumbraba a hacerse acompañar a los baños, una de las pocas ocasiones en que podía estar a solas consigo mismo y con las voces de su cabeza. Con la confianza que sólo construye el flujo recurrente de dinero entre proveedor y demandante de servicios, llevó a cabo el intercambio de rigor con Corelli. Luciano sacó unas monedas, Xacobo algo de información y ambos se separaron, satisfechos con su parte del trato.


    Xacobo dejó atrás todo salvo la toalla. Armas, claro, que no traía, no-armas, como el puñal que usaba para comer, que sí traía, y joyas, todo quedó en el apodyterium, a buen recaudo. Aquí tenemos la tercera diferencia, y no habremos de esperar mucho para ver, como vieron Felipe y su acompañante, la cuarta: en el pecho izquierdo, un par de dedos sobre el pezón, Xacobo sí tenía una pequeña cicatriz. La única, porque pese a todo había sido un hombre afortunado en las armas. Pero había estado cerca.


    Primo.-saludó al Cardenal al llegar a su altura.-Dichosos los ojos.


    Ignorando momentáneamente al hombre de armas y su daga -no creía que Felipe pretendiese mandarle degollar en unos baños públicos, para ser sinceros-, de los que no sabía siquiera si tenían categoría para ser presentados, dio tres besos a Felipe, a la usanza tolosana.


    ¿Conocíais estos baños? No son una sombra de lo que en su día debieron ser los grandes baños romanos, o de lo que hoy son algunos baños andaluces, pero son, desde luego, lo mejor que fui capaz de encontrar en Roma. Si venís de mi parte, Corelli os tratará como merecéis y ni un poco menos. -lanzó una ojeada en derredor.- ¿Sentís alguna preferencia? Yo suelo remojarme un poco en el tepidarium y comenzar por el laconicum antes de hacer el circuito tradicional.


    Había otras formas, otros circuitos. El Marqués solía variar entre unos y otros, según su apetencia o el balance de humores que tuviera aquel día, pero aquel era, por decirlo así, su recorrido estándar. Tenía además la ventaja de comenzar por el laconicum, que solía ser un buen sitio para hablar.

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