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[Dogma] Arcángel San Jorge (la Amistad)

 
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Silencioso



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MessagePosté le: Mar Oct 12, 2010 10:47 am    Sujet du message: [Dogma] Arcángel San Jorge (la Amistad) Répondre en citant

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Hagiografía del Arcángel San Jorge


I - La Amistad

Un rayo cayó muy cerca de allí. Aterrorizados, los niños se acurrucaron todavía más en los brazos de sus madres. Éstas lloraban, implorando piedad al Altísimo. Los hombres se peleaban, atribuyéndose uno al otro la responsabilidad de los acontecimientos. Hacía ya seis días que los elementos se desataban sobre la ciudad de Oanilonia, con la furia de los primeros días del mundo. Un cielo negro como la tinta, cargado de amenazas, tenía todo su peso sobre la ciudad maldita. En un pequeño grupo que se había refugiado en la reserva de trigo, desde hace tiempo vacía, el miedo se acercaba a la cólera, el furor y la desesperación. Se podía ver a un hombre que había dejado de reírse de Dios cuando Éste había anunciado la destrucción de la ciudad. Y una mujer repetía sin cesar, con vergüenza, sus orgías lujuriosas con tantos hombres y mujeres que no había podido contarlos. Incluso había un joven, que había tenido el placer inmundo de romper el cráneo a su pequeño hermano, y que ahora, intentaba salvarse tranquilizando a los niños reunidos en la pequeña habitación. Todos sabían por qué fueron castigados, pero ninguno se atrevía a reconocerlo, algunos hasta procuraban culpar a otros, con la vana esperanza de olvidar sus propios pecados.

Una borrasca terrible vino para derribar la puerta, llenando el débil edificio de un viento glacial. Sus cimientos temblaron cuando el trueno siguió al relámpago, con una fuerza ensordecedora. Y se hizo el silencio. Ciertamente, el tornado rugía y el trueno gruñía, pero hacía ya seis días que los habitantes de Oanilonia conocían todo esto. No, el silencio no provenía de la naturaleza, sino de los humanos. Porque los refugiados se habían callado, se habían quedado paralizados por el espanto, viendo una sombra que se perfilaba en el restos de la puerta. Un hombre muy grande y enorme, que tenía doblarse y apretar los hombros para entrar, se les acercó. La penumbra dejaba adivinar su cara rugosa y su barba apretada. Su cabellera voluminosa y plateada le daba un aire de sabiduría, contrastando con la anchura de sus manos, que parecían ser capaces de hacer añicos hasta la más dura piedra. Su mirada azul pálido, gastada por el tiempo, parecía sin embargo guardar en el fondo una alegría infantil. El coloso vestía con una camisa remendada y gastada por las ansias del tiempo. Un gran pedazo de tela, enrollado alrededor de sus piernas, testimoniaba su condición de desfavorecido. Dejó aparecer una sonrisa ligera y todos los refugiados suspiraron de alivio. Luego dijo con su voz cavernosa:


“Cuando no hay más esperanza, queda siempre la amistad.”

Entonces, una vieja mujer, con una dura mirada como la voluntad del hierro, se adelantó hacia él y le preguntó:
“Y tú, extranjero, ¿has venido como amigo? Porque esta ciudad es de los hombres y de las mujeres cuyas palabras son como la miel pero cuyos actos son como el veneno. Viven sobre montañas de oro, y no desean nada más que elevarse todavía más en su loca búsqueda de botines. La vida de sus semejantes les importa poco, tal es su sed de tesoros, que les consume.”

“Lo sé,” respondió el hombre. “Es por eso que he venido. La riqueza del corazón no puede ser igualada por las riquezas de este bajo mundo. ¿Se llevarán sus montañas de oro a la otra vida?”

“No, claro que no,” le respondió la vieja dama. “Pero las riquezas del mundo, ¿nos están prohibidas para siempre? ¿Debemos contentarnos con vivir como animales para honrar la riqueza del alma?”

“¿La vida os enseñó a rechazar vuestra mano izquierda para emplear la derecha?” preguntó el hombre. “Lo mismo ocurre con los tesoros que Dios creó para nosotros. Que las riquezas materiales sean suyas, porque Dios, por amor para Sus hijos, nos lo regaló. Pero jamás olvidemos que no hay tesoro más bello que la amistad.”

Entonces, un joven hombre se levantó y le preguntó: “Pero, ¿quién eres tú, cuyas palabras están llenas de sabiduría?”
“Mi nombre es Jorge,”
respondió.


II - La Avaricia

Por aquel tiempo, sobre una de las siete colinas de Oanilonia, un hombre temblaba más que otra cosa ante de la cólera divina. No temía por su vida, porque ésta no tenía importancia para él. Pero se ató tanto a sus bienes que no podía separarse de ellos. Mientras que la gente se masacraba y se violaba, él entraba en las casas deshabitadas y acumulaba las riquezas hasta hacer una verdadera colina de metales preciosos, de tejidos delicados, de platos suculentos... Decidió construir una torre tan alta, tan ancha, tan sólida que podría almacenar allí sus bienes protegiéndose de la codicia de otro. Había contratado a albañiles y soldados, prometiéndoles un salario incomparable, los albañiles para construir su fortaleza y los soldados para rechazar a los pobres, los desheredados y los hambrientos que querían sus riquezas. Estas riquezas cubrían las pendientes de la colina, iluminando los alrededores con una luz dorada y con olores apetitosos. Sólo los albañiles podían poner un pie en estos tesoros para ir a construir la torre, pero cuando uno de ellos abandonaba su trabajo para entregarse a la codicia, los soldados atravesaban su corazón con mil golpes de espada. Y el hombre rico mostraba alegría y satisfacción a la idea de poder guardar sus bienes hasta su muerte, observando a los pobres y muertos de hambre que rodeaban su colina y la cubrían con una mirada suplicante. Este hombre se llamaba Belzebú.

Entonces vino Jorge, seguido de todos los desgraciados que se habían cruzado en su camino. Cuando éstos vieron la miel, la leche, la carne asada, los trajes de seda y los cofres que se desbordaban de piedras y de metales preciosos, corrieron para pillar una parte, no escuchando los avisos que gritaba Jorge. Y los guardias desenvainaron sus espadas y dieron muerte a quienquiera que se acercase a las riquezas. Cuando la matanza se hubo acabado y cuando las lágrimas sustituyeron a los gritos, Jorge se acercó a los soldados, con un paso tranquilo y seguro. Uno de ellos, particularmente celoso, le enseñó la espada bajo la barbilla, en una actitud explícita de violencia. Pero Jorge le dijo:
“¿Por qué mataste a esta pobre gente?” “Me han pagado para ello”, respondió el soldado. “¿Y cuánto te han pagado hasta ahora?”, le preguntó Jorge con interés. “Nada. El señor Belzebú me pagará una fortuna cuando su torre esté construida y cuando sus riquezas estén almacenadas allí”, dijo el soldado con tono seguro. “Entonces, ¿matas para servir a una persona que quiere sólo conservar sus riquezas, y crees que cumplirá su palabra y te pagará luego, como él te lo prometió?”, le preguntó Jorge. “¡Por supuesto! Porque si no, ¡esto sería esclavismo!”, exclamó el militar, inquieto al oír tal cuestión. Entonces, Jorge concluyó: “De verdad te lo digo, quien viva para los bienes materiales, destruyendo la amistad que todo hijo de Dios debe llevar con sus semejantes, no merece ninguna confianza. En lugar de matar para defender la avaricia de tal hombre, coge estas riquezas que pisas y dáselos a los que verdaderamente lo necesitan. Dios creó estos bienes para que todas Sus criaturas pudiesen encontrar la manera de vivir protegiéndose de la necesidad, no para que uno solo goce más que el otro.”

Entonces, los guardias dejaron sus armas, los albañiles dejaron su trabajo, la gente se acercó, y se repartieron las riquezas a cada uno según sus necesidades. Belzebú gritó de rabia al ver como sus bienes desaparecían y pasaban de mano en mano. Pero en ese momento se celebraba el séptimo día del castigo divino sobre Oanilonia y la tierra empezó a temblar. La torre en construcción se hundió y enormes fallas se abrieron a través de la colina, tragándose todos los tesoros. La inmensa mayoría de la gente huyó, alentados por Jorge. Pero algunos, continuaban llenándose los bolsillos de todo lo que podían coger. Belzebú se peleaba contra cualquiera que se cruzaba, pues enorme era su cólera al perder lo que tenía. La colina se hundía poco a poco, pero Jorge vió a un niño en lágrimas, tumbado sobre la colina, con la pierna aprisionada bajo un cofre pesado. Corrió hasta él mientras que el suelo temblaba, amenazando cada instante con hundirse. Cuando le alcanzó, le liberó la pierna, tomándolo en sus brazos e intentando alcanzar el borde. Entonces, algunas personas decidieron ir allí con el fin de ayudarle en un intento desesperado, pero toda la colina se hundió entonces en las entrañas de la tierra, en un gigantesco chorro de llamas.

La gente se derrumbó de tristeza por perder a tales amigos. Se preguntaron entonces si Dios no se complacía al hacer sufrir a Su creación. Pero no era nada de eso y lo comprendieron cuando vieron una luz dulce tranquilizadora brillar desde el precipicio a sus pies. Y seres que irradiaban de calma y de dulzura salieron de allí, con sus alas majestuosas y blancas. La gente reconoció a las personas que acababan de morir intentando salvar al niño. Pero vieron sobre todo a Jorge, elevado al nivel de arcángel, tener al niño en sus brazos y devolvérselo a su madre, exento de daño. Luego, todos fueron hacia el Sol, donde Dios los esperaba.



III - Las Lenguas

Hubo un tiempo cuando el rey Hammurabi de Babilonia hacía la guerra en toda Mesopotamia para convertirse en rey de reyes. Un día, sus tropas fueron a la ciudad de Mari y lanzaron fuego. La población estaba aterrorizada y no sabía qué hacer para salvarse. Entonces, la Criatura sin Nombre le habló a la oreja de un general babilónico y le sopló la idea de exigir a cada uno un tributo a cambio de sus vidas. Cuanto más diese cada uno, menos se arriesgaría a la muerte. Los señores ricos de la ciudad, aquellos mismos que aconsejaban poco antes a los Shakkanaku, los reyes de la ciudad, fueron los primeros en aceptar, aportando con ellos cofres pesados llenos de riquezas. Pero una vieja mujer tenía como único tesoro algunos granos de trigo. Los soldados se rieron en su cara, afirmando que dar tal obsequio era un insulto al gran general babilónico. Desenvainaron sus espadas y se acercaron a la vieja mujer, preparados para matarla. Pero un hombre alto y con barba plateada se interpuso. El soldado levantó su espada, pero no pudo derribar al hombre, como si se lo impidiese una fuerza invisible. Entonces, este último abrió la boca y dijo:

“¿Por qué quereis golpear a esta mujer? Mientras que los señores ricos de Mari os colmaron de innumerables riquezas, ella os ofreció todo lo que poseía. Os burlais de su donación, pero ella ha donado su esencia mientras que ellos os dejaron sólo lo superfluo. Tomad estos granos de trigo y lleváoslos con vosotros: os parecerán muy pesados en el corazón del Infierno Lunar”. Luego, se dirigió hacia los cofres y distribuyó el contenido entre todos los habitantes más pobres y más hambrientos de Mari. Los guardias no sabían qué hacer frente a un hombre desarmado, que no podía ser golpeado y cuya fuerza se encontraba en la sabiduría de sus palabras. Disgustados, se marcharon del lugar y regresaron a Babilonia.

El viaje era largo hasta esa poderosa ciudad. El calor era intenso y la humedad devolvía el aire húmedo y pesado a lo largo de las orillas del río Éufrates. Pero cuando llegaron, cuál fue su sorpresa cuando vieron al hombre en la barba plateada que les esperaba al pie de las murallas gigantescas. El general le preguntó:
“Pero, ¿quién eres tú, que hablas con tanta sabiduría?”. “Soy el Arcángel Jorge, servidor modesto del único Dios, al que usted olvidó en provecho de legiones de falsos dioses y de una vida de pecado”, respondió. Añadió: “Sígueme hasta el templo y tú mismo verás el juicio de Dios, como yo mismo lo vi hace mucho tiempo”. Entonces, el general y sus guardias siguieron al Arcángel hasta el bajo de una torre gigantesca con pisos sobre los cuales crecía una vegetación floreciente, una prueba de la omnipotencia del rey Hammurabi de Babilonia.

Entonces, San Jorge levantó los brazos y dijo en voz alta:
“Desde siempre, los niños de Dios han hablado una misma y única lengua, porque los hermanos y hermanas deben comprenderse para quererse. Pero esto se rompe hoy porque olvidaron a su Padre y Su amor. Vendrá un día donde los profetas vengan para recordarles de donde vienen y donde irán. Mientras tanto, ustedes son juzgados no por su fe, sino por su amor al mundo que les rodea. Aprended a conocerlo y aprenderéis a que os guste. Para hacer esto, Dios, en Su gran misericordia, decidió dividir la palabra de Sus niños en múltiples lenguas, con el fin de que ustedes hagan hacer un esfuerzo para descubrirse uno al otro.”

Y San Jorge bajó los brazos y la torre se hundió en una inmensa nube de polvo. Desde este día, la palabra de los niños de Dios es múltiple y debemos aprender uno del otro para vivir. Así, comprendemos hasta qué punto nuestras diferencias son engañosas y que todos somos hermanos y hermanas.
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