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Demonografía de Satán

 
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Chapita



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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 4:06 am    Sujet du message: Demonografía de Satán Répondre en citant

Citation:


Demonografía de Satán



El nacimiento de Satán


Erase una vez, antaño, cuando Oanilonia ocultaba una vida agradable y apacible, un joven hombre de buena familia del nombre Gaël Sybarite se enamoró perdidamente de una de las más guapas mujeres de la ciudad. Se llamaba Aurora. El color rubio de sus cabellos sólo tenía igual a la claridad de sus ojos y su gentileza y su benevolencia eran conocidas por todos. Gaël se propuso hacerle la corte asiduamente y la bella Aurora no fué insensible a ello. Después de algún tiempo, aceptó con mucho gusto ofrecer su mano a Gaël, al que amaba secretamente en lo más profundo de su corazón desde hace varios años.

Los años pasaron y la pareja era muy feliz. Pero Aurora no parecía capaz de tener un descendiente. Se sentía culpable de no poder darle a su marido el hijo al que esperaban tanto. Fue a ver a los los mejores medicastros de Oanilonia y todos le prodigaron preciosos consejos. Pero el tiempo pasaba y nada ocurría, no llegaba a poder engendrar.
Entonces Aurora rezó con todo el alma, de todo su ser. Y la mujer, en sus oraciones, aunque teniendo un corazón tan puro como el agua del río, no pudo abstenerse de reclamar, a cualquier precio, a un chico. Estaba dispuesta a todo para alegrar a Gaël y para que estuviera orgulloso de ella.

Su deseo, tan intenso, debió hacer su obra, pues de esta unión feliz nació, en los primeros días de la primavera, un niño de una manifiesta belleza. Una cabellera de un negro ébano, ojos de un verde de jade: fue la felicidad de estas buenas gentes y el orgullo de los habitantes de los alrededores. A la vista de este bebé que jamás se hartaba del pecho de su madre, Gaël decidió entonces darle el nombre de Satán. Aurora y Gaël olvidaron muy rápidamente aquellos años de tormentos y sacaron provecho de Satán, el niño-rey deseado durante tanto tiempo.






Los primeros años de su vida a tres fueron benditos. Todo parecía propiciar una felicidad sin sombra. Gaël tenía éxito en sus asuntos y sin cesar ganaba más dinero. Aurora era una mujer de casa ocupada y una madre cariñosa. Satán, él, era un niño vivo y curioso. Se interesaba por todo y no importaba que hiciera algunas boberías o no, todo el mundo le perdonaba enseguida sus desviaciones.
Pero tal felicidad no parecía poder durar eternamente. Así, cuando Satán alcanzó sus doce primaveras, Aurora de súbito enfermó gravemente. Después de varios meses de sufrimientos atroces, murió sin que nadie consiguiera salvarla. Gaël, loco de amor y de tristeza, huyó de la ciudad y se lanzó desde lo alto de los acantilados próximos a Oanilonia.

Satán se encontró entonces solo, abandonado por sus cariñosos padres y sin embargo, se daba cuenta, ausentes cuando más les necesitaba. Se quedó en esta morada vasta, herencia envenenada de una familia destruida. Debía encontrar la alegría de su infancia, costara lo que costara. El joven adulto se puso a guardar todo lo que encontraba en Oanilonia y que podía tener algún valor. Jamás se hartaba. Jamás tenía bastante. Nada de lo que adquiriera encontraba gracia a sus ojos. Nada de lo que le ofrecía la Vida lograba colmar el abierto vacío que animaba al joven hombre de mirada desconfiada.
Cambiaba irremediablemente y perdía poco a poco la parte infantil que su madre le había transmitido.

Sus sombríos pensamientos y sus infinitas penas atrajeron a la Criatura Sin Nombre cerca del niño. Viendo en él a un huésped predestinado a llevar en él uno de los pecados del mundo, acabó de agobiar el joven corazón de Satán con amargura y con pesar, para dejar en él sólo una envidia insaciable e inagotable.







Para siempre, riquezas amontonadas...


Satanás era todavía joven cuando hizo fructificó excesivamente su dominio a costa de los campesinos de los alrededores. Se ensañó contra ellos y los empobrecía sin remordimiento alguno, reclamándoles la mitad de su renta y, aun cuando había ganado en un día lo que sería bastante para cualquiera para toda una vida, siempre mostraba insatisfacción.

La desgracia de estos hombres lo regocijaba, la miseria de los leñadores lo contentaba. Y, cada día y a cada hora, deseaba causar todavía más tristeza, todavía más desesperación, todavía más rencor. Porque nada con sus ojos valía lo que sentía en lo más hondo de su ser. Porque sus sentimientos habían cambiado en odio hacia la humanidad, hacia los que todavía podían aspirar a la felicidad.

Esto mismo era su alimento vital, su desquite sobre la vida, su vida.




Y la inocencia vino a oponerse…


Un día de invierno, mientras se paseaba sobre sus tierras, Satán vió una pequeña cabaña escondida detrás de unos grandes árboles. Furioso por ver que algunos se escondían y no pagaban las deudas que le debían, abrió con gran estruendo la puerta. Frente a él, apareció una chica joven de una gracia divina, con la piel lechosa y los labios bermejos.





Enseguida pensó que debía pertenecerle, como todas las cosas bellas de este mundo. La exhortó entonces a seguirlo para que fuera a su dominio con el fin de que pudiera casarse con él. Desgraciadamente para él, Aliénor, porque tal era el nombre de esta joven mujer, había consagrado su existencia al Altísimo y se negó a casarse con el bello y tenebroso Satán. Se propuso entonces seducirla como antaño lo hiciera su padre Gaël con su madre Aurora. Porque estaba claro para el espíritu enfermo del joven hombre que Aliénor llevaría su descendencia. Pero Aliénor, cada día, negó sus avances, tanto si eran dulces, apasionados o de una violencia inigualable. Cada día, Satán volvía a casa lívido de rabia y cada día hacía ejecutar a uno de sus esclavos.

Por la tarde del nonagésimo noveno día, loco de rabia de seguir siendo rechazado por una fregona, ordenó a sus servidores cogerla y torturarla antes de quemarla viva. Estos últimos pertenecían a la guardia personal del joven señor y trabajaban sobre sus tierras encargándose de cosechar los bienes de los habitantes y haciéndoles sufrir mil penurias si estos se negaban. Hicieron pues según su voluntad.

Los gritos de Aliénor llenaron el señorío y la pobre ardió durante horas. A la caída de la tarde, sobre el cadáver todavía humeante de la virgen, Satán recuperó un colgante color sangre que llevaba en el cuello y que debía ser su solo y único tesoro. Colgándose el medallón sobre él, enarbolaba tan orgullosamente la victoria que había tenido contra la joven chica.






Satanás continuó su camino hacia el Último Vicio, hacia el aniquilamiento. Dos días después de esta desventura, uno de sus fieles tenientes, Simplicius, se enamoró de una de las mujeres que residía en la ciudad. Llegando a seducirla, quiso llevársela por la fuerza pero un hombre se interpuso y le arrancó el ojo derecho.
Era Miguel.
Humillado, Simplicius advierte de ello a su señor Sybarite que, asqueado de la raza femenina desde la muerte de Aliénor, envió toda una tropa a detener a la familia de Emmelia.






Luego, les ordenó a sus servidores hacer venir, cada día, a una mujer de la ciudad, para que se diera a él y a sus envidias. Todas las que se negaban morían. Así vivirían todavía algún tiempo.

Esto no bastaba sin embargo para hacerle feliz, y quería todavía más: las madres, las vírgenes, los tesoros, los campos … Nada podía saciar a Satán y su cuerpo se marcaba cada vez un poco más con cada nueva atrocidad que hacía soportar a otro.

Su envidia no conocía descanso. Los sufrimientos que podían soportar los habitantes de Oanilonia tampoco.
En ese momento, Satán no tenía nada de humano y su apariencia bestial asustaba a cualquiera que se cruzaba en su camino. Excrecimientos deformaban su cabeza y cada escondrijo de su piel estaba recubierto con escarificaciones, vestigios de sus impulsiones sádicas.




Dios castiga entonces a los hombres…


Hay que saber que en aquellos tiempos, Satán no era el único hombre que se había entregado a los pecados. La ciudad de Oanilonia, otrora tan próspera, se había convertido en el Antro del Vicio y la Criatura Sin Nombre gozaba del Caos que reinaba allí.
Furioso, Dios decidió entonces castigar a la raza humana destruyendo totalmente la ciudad de Oanilonia.

Algunos, entonces, los que no había cometido grandes faltas y los que no podían aceptar la idea de cambiar esta vida de dulces sabores por una decrepitud cierta, decidieron huir para escapar de la Furia Divina.

Otros, en un total de siete, y perfectamente conscientes de los vicios que encarnaban, fueron escogidos por la Criatura Sin Nombre. Predicaron, bajo sus órdenes, la rebelión contra el Altísimo y consiguieron unir a numerosos partidarios a su causa.

Satán, predicó sobre todo su odio. Su energía decuplicada por el apoyo de la Bestia Innominata lo guió para insuflar a cada uno el Deseo que todo hombre debía de tener. Este Deseo era la encarnación de toda la perversidad humana y Satán la personificaba. Les gritaba que desearan, siempre y sin tregua. Los exhortaba a desear siempre más, a que un deseo siguiera a otro, como un fin en sí mismo. El Príncipe Sybarite conocido como Sy tan convencido estaba de los propósitos que clamaba, que persuadió a las pobres almas. Exultante, mostraba jubilo.

Sus ojos verdes de luminicescencia cadavérica cautivaban a la muchedumbre, su riqueza y su belleza demoníaca se convirtieron en los primeros deseos de los seres que lo escuchaban. Cada uno alquiló su prestancia y su virilidad. La muchedumbre comenzó a desearse unos a otros. La Envidia se hizo la hiel que supuraba en todas partes. En el flujo del Vicio permanente que inundaba la Ciudad Maldita los horrores se hicieron por legiones sin nombres y sobre la inmundicia podrida de los vestigios del pasado, Satán orgullosamente se puso en pie con sus seis otras encarnaciones demoníacas en signo de Desafío contra el Único.

El séptimo día después de la sentencia de Dios, la ciudad fue engullida y, con ella, las siete encarnaciones del pecado. Satán no sintió ningún dolor, tanto su espíritu había tomado posesión de su cuerpo y había engullido los numerosos deseos que tenía en él. Habiendo perdido la razón, no se dio cuenta que no deseaba nada más. Tenía en su ser sólo el último deseo de querer desear.






Queda para la eternidad con sus pecados …


Satán fue enviado con los seis otros hombres sobre la Luna y castigado a una eternidad de sufrimientos bajo el título de Príncipe Demonio.

Su cuerpo, ya magullado en extremo, se transformó hasta reflejar la negrura de su alma.

Su cabellera, que antaño fuera su orgullo, se alargó e impregnó su cuerpo para formarle en la espalda dos grandes alas quitinosas semejantes a las de un murciélago. Las lágrimas de sus bellos ojos, que vaciaba por rabia y deseo irrazonables, se confundieron entonces con la gema de Aliénor y acabaron por colorear poco a poco su cuerpo. Su piel tomó entonces un color amatista. La gema de aliénor se incrustó en su carne y así encastrada, le recuerda para toda la eternidad su amor perdido.

Se rodeó, en sus tormentos infinitos, de oro, de dinero y de joyas, de platos entre los más exquisito, de hombres y de mujeres en quienes los cuerpos rivalizaban en señorío. Dejaba a cada uno de ellos devorar con la mirada sus tesoros y sus maravillas hasta que ellos mismos se devoraban interiormente.

En efecto, en su crueldad más total, decidió que quienquiera que tocase lo que almacenaba sufriría un dolor horrible. Así, conservaba su botín. Así podía ver su propio deseo en los ojos de otros. Y se complacía en observar el sufrimiento que lo roía a él mismo.






Al Príncipe-demonio se opone el Arcángel…


A Satán, Príncipe de la Envidia, se opone Miguel, Arcángel de la Justicia. Este último era, en el tiempo de su vida, el hermano de la guapa Emmelia, de la que se había enamorado uno de los seguidores de Satán.

Encontramos por otra parte a Satán peleando contra él en el momento de la célebre leyenda del Monte San-Miguel que se remonta a la época en la que ciertos Bárbaros veneraban a Dioses alcohólicos.

Uno de ellos, de nombre Saathan honraba a su Dios sacrificándole a niños. Este bárbaro perseguía a una comunidad de fieles que intentó huir pero se encontró bloqueada en pleno bosque , cerca del océano.

Prefiriendo morir en los brazos del mar que a manos de Saathan, los fieles rogaron al Santo Miguel para que preparara su llegada.

El Altísimo, en desacuerdo con esta decisión puesto que el Hombre no tiene que decidir la hora cuando irá a reunirse en el astro solar, les ordenó a través de un mensajero celeste construir una empalizada con la ayuda de troncos. Cuando estuvier construida, deberían entonces encender un gran fuego con el fin de que el Bárbaro descubriera su posición.

Los fieles ejecutaron el deseo de Dios y, al cabo de siete días, el fuego estuvo encendido. Las tropas de Saathan llegaron entonces y comenzaron a atacar la empalizada. En el momento en el que la comunidad estaba a punto de defenderse, proveída de piedras y de lanzas, el arcángel Miguel, vestido con una armadura y portando lanza y escudo, apareció en medio de las llamas que habían sido encendidas algunas horas antes.

El santo Miguel lanzó su arma hacia el horizonte y el mar, despertado, engulló a las tropas del Bárbaro.

El Arcángel Miguel reconoció inmediatamente en Saathan a su enemigo íntimo. Sus ojos verdes de luminiscencia cadavérica no dejaban duda alguna. El pagano había sido poseído por el Príncipe Demonio y coorompido por los mismos pecados que Satanás: la envidia inalterable de tener lo que deseaba, sin que se le opusiera resistencia.



En el corazón de los pecadores, resuena el Canto de Satán…

Satán, mientras que estaba todavía joven y vivo, fue conocido por tararear a toda hora del día o de la noche estas palabras.
Estas palabras no han estado perdidas, ya que quienquiera que se deja ennegrecer el corazón por el vicio del deseo tiene en mente este estribillo:

El deseo busca,
Un corazón precioso, él busca.
Déjame ver si es el tuyo
Y entonces, él me pertenecerá.
¿Y si no lo tienes?
El deseo busca,
Todo lo que posees, él busca.
Déjame destruirte para enriquecerme,
Para volverte mío.
[/list]

Traducido por monseñor Aranwae
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