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[Hagiografía] Santo Tomás de Aquino

 
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Ignius



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MessagePosté le: Mer Nov 30, 2011 2:27 am    Sujet du message: [Hagiografía] Santo Tomás de Aquino Répondre en citant

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Hagiografía de Santo Tomás

Capítulo I-La infancia

1. Fue en el castillo familiar de Roccasseca donde nació Tomás una bella tarde de primavera del año de gracia 1225. Sus padres, de condición aristocrática, le inculcaron una educación basada en los principios de la razón filosófica. Su padre, alto magistrado de la pequeña ciudad de Aquino, pensaba hacer de su retoño un digno sucesor en la política. El niño mostraba predisposiciones completamente notables en las asignaturas que le enseñaba su preceptor, Albert le Gros, un ilustre personaje napolitano. Este último era dietista y sometía a su joven alumno a un estricto régimen alimenticio compuesto esencialmente por pescado y leche, con el propósito de aumentar su capacidad intelectual. Así Tomás, a medida que realizaba sus trabajos, se convirtió en una mente muy aguda. Sus razonamientos dejaban estupefacto a su maestro.

2. Al ver una colonia de hormigas Tomás le preguntó a Albert:

-Mi buen maestro, me dijiste muchas veces que mi naturaleza era ser sociable. Estos insectos son de naturaleza social, ¿esto significa que soy un insecto?

Y Albert le contestó:

- Tú razonas, Tomás, según el principio del silogismo que te hace decir burradas más grandes que tú. Pero esta forma de ver las cosas te llevará muy lejos en la política donde es necesario saber aportar las pruebas de lo grotesco que vendrá en el futuro. Te felicito.

3. Viendo en una colmena a un enjambre de abejas, el alumno todavía interrogaba a su maestro:

-Me dijiste muchas veces que Aristóteles afirmaba que el hombre es un animal social, porque posee la facilidad de la palabra. Estos insectos están claramente organizados socialmente sin tener la facilidad del lenguaje. ¿Esto quiere decir que Aristóteles se equivocó?

Y Albert le contestó:

-Blasfemas Tomás e irás a confesarte por esas afirmaciones. Aristóteles decía la verdad, y no lo contrario. Sin embargo, esta forma de ver las cosas te llevará muy lejos en la política, donde hay que saber contradecir la verdad, y hacer parecer lo falso como lo verdadero. Te felicito.

4. Y he aquí como transcurría la dulce existencia del joven Tomás, entre juegos intelectuales y justas verbales con su maestro.

5. Pero entonces, Tomás comenzó a mostrar un interés muy particular en las cosas del espíritu, para desesperación de su padre. Y el joven contaba sus intenciones a quienes querían oírle:


-Así como es mejor iluminar algo que solamente reflejarlo, también es mejor transmitir a otros lo que hemos contemplado que sólo observarlo. Yo jamás haré política, yo quiero enseñar.

Tales palabras generaban una inmensa furia en su padre, quien respondía a su hijo:

- Eres mi único hijo y harás lo que yo te diga que hagas, te guste o no. Serás alcalde como yo y algún día conde, yo te lo ordeno.

6. Este conflicto llegó a empeorar, padre e hijo se mantenían inamovibles en sus posturas. El primero, exasperado, hizo mandar al segundo a un monasterio Franciscano.



Capítulo II-Los años de estudio

1. Tomás , al principio, se arrepintió al encontrarse con la hosca compañía de estos monjes austeros que tenían una reputación infame. Pero pronto cambió de opinión, al descubrir el placer y la satisfacción que proporciona el estudio de la teología. Cómo nunca había sido iniciado en esta ciencia siguió las enseñanzas de sus maestros con entusiasmo y seriedad. Sus compañeros lo tomaban por un idiota, Su impenetrable silencio no traicionó jamás la grandeza de su espíritu. Su aspecto físico, que era poco agraciado, lo hacía poco carismático. Sufría de un sobrepeso patológico y poseía un cuello muy musculoso que unía su cabeza con el resto de su cuerpo. Todo esto le valió el apodo de “Buey mudo”. Nos burlábamos de él, pero los franciscanos tenían la costumbre de tratar con respecto a los que les parecían diferentes.

2. Pero un frío día del invierno de 1245, mientras Tomás asistía al seminario de teología práctica, se oyó por primera vez, el timbre de su voz. El profesor tuvo la desgracia de afirmar en sustancia, que el intelecto, a través del juego de la razón, podría superar por si solo todos los misterios de la fe.

3. Tomás comenzó a replicarle, para consternación de la audiencia, diciendo que...


- Grandes son los misterios de la fe, y nuestra capacidad de razonar no es nada en comparación de los propósitos de Dios que siempre serán desconocidos para los simples mortales que somos.

Continuó, afirmando que:

-La naturaleza siempre puede ser doblegada por la Gracia, que es su trabajo, y cuando la segunda actúa en la primera a través del poder de los milagros, nos deja como insectos, en la comprensión.

4. El maestro estaba contrariado y quiso imponer al alumno una lección de filosofía:

-La razón es la luz que Dios nos confió para comprender su mensaje, de lo contrario ¿Por qué estamos dotados de esta? Cállate pues, buey mudo, como sabes hacerlo tan bien ya que parece que tu intelecto no está lo suficientemente experimentado como para comprender los misterios de la fe.

Los estudiantes se burlaron de Tomás, quien, sin perder la compostura, le respondió al profesor:

-La razón es la ciencia de la naturaleza, ahora bien, la naturaleza es sólo la obra de Dios. Estudiar y conocer la naturaleza no es conocer a Dios, sino solamente su obra.


5. Esta vez, el maestro se enfadó e hizo esta advertencia a su estudiante:

- ¿Pondrías tú en duda la palabra de Aristóteles, que fue tocado por la santa y profética razón de Dios?

Y Tomás le replicó, siempre con calma y con mucha mesura:

- Aristóteles es santo porque él reveló la materia en su verdadera naturaleza, a saber, el de la creación divina. Pero él mismo es un efecto de la primera causa, que es Dios. Sólo la fe, sólo el abandono de sí mismo a lo espiritual, en la plenitud y la beatitud contemplativa, puede permitirnos tocar a Dios.

6. Estas fueron las últimas palabras de Tomás en el seno del monasterio franciscano, ya que fue expulsado por su impertinencia. El rector pronunció estas palabras en el momento en que pateaba el trasero del joven caído en desgracia:

- Ya que esas tenemos jamás te beneficiarás de la movilidad social franciscana. Nunca serás cardenal. ¡Nah!



Capítulo III: El vagabundeo

1. Tomás, expulsado del monasterio franciscano y despojado de su pertenencia a la orden, se encontró entonces en la difícil condición de vagabundo. Vagaba casi desnudo por las calles de Nápoles en busca de un destino. Siempre había tenido el deseo de viajar y se dijo que esta era una muy buena ocasión. Así pues, se alistó en los caminos de los Reinos, tomando la dirección del norte.

2. En el camino se encontró con un vendedor ambulante. Este vio en que triste estado se encontraban los pies desnudos de Tomás, que se encontraban ensangrentados tras haber caminado durante varios días sobre las piedras afiladas. El mercader increpó a Tomás en estos términos:


- ¡Hola! ¡Caminante! ¿Has visto que tus pies están heridos? Justamente allí tengo un par de calzas que puedes ponerte y así poner fin al calvario que pareces vivir.

Tomás se sorprendió de la repentina atención hacia él y respondió al que tan amablemente se preocupaba de su suerte:

- Bien, amigo, no puedo más que aceptar esta agradable propuesta.

Las calzas se ajustaban perfectamente y en efecto facilitaban su marcha.

3. Dió las gracias al comerciante cuando estaba a punto de reemprender la ruta, pero este dijo a Tomás:


-¡Eh! ¡Estás contento! Son sesenta escudos y debes pagar al contado!

Y Tomás le replicó:

-¿Contento? ¿Cómo puedo estar contento de pagar esa suma para gozar de tu caridad?

El vendedor estaba consternado y respondió:

- Pero, pero… ¡No se trata de caridad! Hago bien si me enriquezco. Yo no doy nada amigo, yo vendo.

4. Tomás le lanzó una mirada reprobatoria, antes de proseguir:

-¿Enriquecerte? ¿Así quieres enriquecerte? ¿Sobre la espalda de un pobre vagabundo? ¿No tienes un poco de moral? ¿Ignoras los preceptos de la virtud aristotélica? El tiempo que pasas enriqueciéndote no lo pones al servicio de la comunidad. Nos enriquecemos sólo en detrimento de otros. En verdad es más fácil que un rico entre en el Reino de los Cielos que una vaca pase por el ojo de una aguja. Se caritativo, como Christos te lo enseña.

5. El mercader no lo entendió y respondió a Tomás en estos términos:

-Sí, sí, es verdad ¿Me has mirado bien? ¿Debo darte unas calzas como esas sin nada a cambio? Vete al diablo, miserable.

Y Tomás le devolvió las calzas al vendedor, lanzándole esta advertencia:

-Eres tú quien irá, pobre pecador.- Y prosiguió su camino.

6. Por casualidad durante su marcha, hizo una parada en Alais, en Languedoc. Después de haber charlado en una taberna con algún responsable local, que apreció su erudición y su visión justa de las cosas, le ofreció la posibilidad de hacerse consejero condal, y él aceptó.




Capítulo IV: El espejo del príncipe.

1. Tomás se encontró pues al servicio del Conde de Languedoc. Este último venía cada tarde para pedir consejo, preocupado por basar su política en los principios aristotélicos, que Tomás parecía conocer muy bien.

2. Un bello día, el señor vino a anunciarle su voluntad de iniciar una guerra contra un condado vecino:


-Estos cerdos han ofendido mi honor, voy a darles una buena lección- dijo.

Tomás expresó su desacuerdo con estas palabras:


- Mi señor, usted no puede derramar sangre de fieles, por una cuestión que no toca más que su honor.


El conde estaba descontento, y preguntó a Tomás cuál era la razón para contradecirle. Tomás le respondió así:

- “Con todo el respeto debido a su rango, es necesario que sepa que su espada no podrá salir de su vaina sino con el permiso de la iglesia, al menos con su bendición”.

3. El Conde no entendía en absoluto esta posición y así se lo hizo saber:


- Pero yo soy un príncipe, así que haré lo que mejor me parezca. Tú me dijiste hace poco que necesitaba distinguir bien lo que es de la esfera espiritual de lo que es de la esfera temporal, ¿no? Ahí está, la guerra entre condados es una cosa que escapa del espíritu. No hay nada más terrenal.

Tomás le respondió:

- En efecto, mi señor. Pero esto no significa que las dos esferas estén en el mismo nivel. Todo el poder viene de Dios por el pueblo. La autoridad temporal es autónoma en tanto ella conserve este principio en su memoria. Así pues, ella sólo puede gobernar respetando la norma en la que está basada, con el consentimiento de la iglesia. Debe conformar sus acciones con las opiniones del clero, y en particular la de Su Santidad el Papa, el soberano de todos los soberanos.

4. El Conde no apreciaba ni medianamente estas declaraciones y se lo hizo saber a Tomás:


- Lo que dices es falso. Mi poder emana del pueblo, en efecto, pero sobre todo del rey, que es mi soberano. La iglesia no tiene que nada que ver. ¡Quiero que me aconsejes, como lo haces, pero que jamás me impongas! ¡Estoy hasta los huevos!

Tomás sin desmoralizarse en absoluto, replicó al señor:

- El rey ejerce también su poder de Dios. Y así como el pueblo no hace más que cumplir la voluntad de Dios colocándolo en su trono, su poder es de naturaleza divina por lo alto y por lo bajo. La espada que usted blande le he es confiada por Dios, desde luego no directamente, pero Dios es la causa primera de todas las causas y de todos los efectos. No hay ninguna duda de que Él es también la causa de su autoridad. Ahora bien, la iglesia es depositaria de la palabra divina, usted debe obedecerla. Es así, a menos que usted se rebaje a la condición de tirano.

5. El Conde, encolerizado, dijo estas palabras:

-¡Y aunque fuese un tirano dudo que Dios me fulminase en este momento!

Y Tomás concluyó:

-Por supuesto que no, pero sería arrojado al infierno por el pueblo rebelde. Si un poderoso se convierte en tirano, la iglesia debe llamar al que le confió su poder, es decir al pueblo, a sublevarse contra él y optar por (hacer clic en la opción)“Tomar por asalto el castillo” , es decir cumplir la voluntad de Dios”.

6. El conde tuvo suficiente con la discusión y agarró a Tomás por el cuello con el fin de lanzarlo fuera de su castillo:

- No eres más que un pobre consejero. Encontraré otro. ¡Por mi fe, eres una cruz!

7. Y Tomás se encontró, una vez más siendo un vagabundo



Capítulo V El Retiro espiritual

1. Tomás tomó de nuevo los caminos de los reinos. Sus pasos lo llevaron esta vez a Clermont, donde la suavidad del clima y la soberbia de los paisajes le dieron ganas de instalarse. Con sus propias manos construyó una ermita retirada de la agitación del mundo, para efectuar allí un retiro espiritual. Tuvo el deseo de consagrarse a la lectura del libro de las virtudes y de extraer la sustancia para consagrarse por completo a su obra teológica. Hizo esta reflexión:

-Bien, voy a redactar una Suma, donde las ideas se enlazaran perfectamente en un informe dialéctico irrefutable. ¡Allá vamos!

Su método fue el siguiente: Imaginó, en su brillante mente, todos los argumentos que se podrían oponer a la doctrina aristotélica, para lo cual se inspiró en sus lecturas de los teólogos espinozistas y averroístas, y se dedicó a elaborar un conjunto de cuestiones a las cuales aportaba cada vez una respuesta categórica.

2. De esta empresa nació un tratado, De Veritate Fidei, verdadera arma de naturaleza teológica que combate todas las formas de heterodoxias. El pensamiento de Tomás se presentaba como un hilo que se desenrolla y con una claridad tal que solamente pudo haber sido inspirada por Dios. Terminado su retiro y su suma completa volvió al mundo.


-¡Aquí me tienes, Clermont!

Un bello día de verano, volvió pues al pueblo, con sus centenares de papeles bajo el brazo. Lo encontró presa de una agitación formidable. Los habitantes corrían en una dirección o en la otro, siguiendo trayectorias que escapaban de la razón. Tomás, que esperaba encontrar al cura, se dirigió hacia la iglesia y de camino pudo constatar que una horda de ciudadanos tomaba por asalto el ayuntamiento. El pobre alcalde declamaba con fuerza:

- Pero, Por la sangre de Dios, ¡ustedes me eligieron banda de degenerados! ¡Necesitan saberlo! ¡Yo estoy aquí, y aquí me quedo!

Y la muchedumbre le respondió en coro:

-El pan es demasiado caro,
¡No hay más trabajo!
Vivimos en la miseria,
¡Y tú en la comilona!
¡Magistrados y prelados!
Todos los cómplices
Para ellos tocarán las campanas a muerto
¡Y para nosotros la justicia!


4. Tomás continuo su camino, comprobando con estupefacción la amplitud del caos que se apoderaba de la ciudad. Al llegar a la iglesia la encontró cerrada, otros ciudadanos la tomaron por blanco de su descontento. Les oyó decir:

-Sacerdote, padre, abra estas puertas,
Es domingo, hora de la misa
Háganos felices
¡O le patearemos el trasero!


5. Tomás vio que un predicador se había puesto a la cabeza del grupo. Se acercó y le preguntó:

-¿Pero bueno, que es lo que está pasando por aquí?

El extraño personaje cuya mirada revelaba el fanatismo, le respondió:

- El pueblo está descontento. Sufre por culpa del alcalde y de la iglesia. El primero nos hunde en una profunda miseria por una gestión desastrosa y el segundo nos niega la felicidad a la cual tenemos legítimo derecho, prohibiéndonos asistir a su misa.

6. Tomás se sorprendió y preguntó a su interlocutor lo siguiente:

- ¿Pero por qué este hombre de Dios se niega a facilitar su oficio?

Recibió esta respuesta:

- Nosotros somos heterodoxos. Hace poco nos rebelamos contra la iglesia. Hemos creado la corriente platónica-ciceroniana que postula que la cruz, el símbolo de la fe, debe tener unas ramas horizontales que midan siete centímetros, y no ocho. Por eso el cura no nos deja entrar.

Tomás esta vez estaba estupefacto, y respondió:

-Esto es totalmente grotesco. Ustedes se pretenden heterodoxos pero sin embargo quieren asistir a una misa aristotélica. Ustedes reprochan al cura que les niegue una felicidad a la cual no tienen derecho. Esto no es razonable. Cuando estamos en desacuerdo con la iglesia lo asumimos y no asistimos en absoluto al oficio.

La reacción del predicador fue inmediata. Pronunció esta arenga a la muchedumbre, señalando a Tomás con un dedo acusador:

- He aquí un cómplice de este alcalde acaparador y de este cura innoble. ¡Échenlo!

7. Tomás intentó defenderse y gritó:

-¡Pero no! ¡Nada tengo que ver con el alcalde! ¡Ustedes hacen una amalgama desesperante! Necesitan distinguir lo espiritual de…Ah... ¡Suéltenme! ¡Vean como el efecto de masa los hace estúpidos!

Y la multitud encolerizada le dio la razón. Fue expulsado del pueblo.

8. Este evento tuvo una repercusión considerable en el espíritu de Tomás, que sacó esta conclusión:


- ¡Estos heterodoxos son una plaga! Debo eliminarlos de la faz de la tierra. Esta será mi misión.



Capítulo VI La prédica milagrosa.

1. Así pues, Tomás tomó la decisión de efectuar una gran peregrinación a través de Los Reinos:

- Este es mi destino- dijo-. Cuando haya pasado por todos los pueblos, El Altísimo podrá llamarme a Él.

[i]Sus sermones apasionados convencían siempre a más adeptos, que le seguían entonces en sus desplazamientos, aunque una multitud de fieles enseguida se habían convertido en su escolta. Por todas partes su palabra daba en el blanco y como si de un milagro se tratase, los heterodoxos de todas clases abjuraban, se convertían y caían de rodillas, implorando el perdón de Dios.

2. Un bello día uno de los discípulos de Tomás lo interrogó en estos términos:


- Maestro, usted difunde el mensaje de Christos y nosotros hemos aprendido que él sólo hizo milagros, que fue un ser místico. ¿Por qué no funda usted, con ese talento fantástico que le caracteriza, una nueva iglesia Aristotélica, que prefiera a Christos sobre Aristóteles?

3. Tomás oyó esta sugerencia, y respondió:

- Hijo mío, cierto es que insisto en la palabra de Christos, pero lo que me importa por encima de todo es preservar la unidad de la fe y en consecuencia la de la iglesia. Amo a todos los que llevan y transmiten la verdad de Dios y sería una aberración que se fundara esta disidencia de la que hablas, que rompería la amistad aristotélica. Sé lo que hago aquí. ¿Por qué iba yo a destruir lo que construyo? ¿Por qué debo buscar la derrota mientras voy de victoria en victoria en beneficio de la indivisibilidad de la Iglesia? No, hijo mío, no puede haber ninguna duda.

Y el discípulo cambió de opinión antes de pedir perdón.

4. Este mismo discípulo, mientras los peregrinos dirigidos por Tomás hacían un alto en Normandía, preguntó a Tomás:


- Maestro, esta tierra está poblada de herejes. Es desesperante. Tengo una brillante idea: ¿Por qué no levantamos una hoguera inmensa donde coloquemos a todos estos extraviados? De esta manera, seriamos libres y ganaríamos tiempo.

5. Tomás oyó esta propuesta y respondió:

- Tu idea no es nada brillante, hijo mío. Primero, estos heterodoxos son humanos antes que seres desviados y como criaturas de Dios nosotros no podemos eliminarlos. Además, tendríamos que malgastar grandes cantidades de madera para un uso muy pobre.

El discípulo no estaba satisfecho con la lección de Tomás y creyó que podría cogerlo en un renuncio:

- Pero, maestro, Pero si los herejes no abjuran les está bien empleado que sean quemados uno a uno. Y además, cuando la iglesia lanza cruzadas ¿no provoca la muerte de los desviados?

6. Tomás prosiguió así:

- Nunca es la iglesia misma la que levanta la hoguera, sino el brazo secular para que los herejes se entreguen. Por lo tanto, siempre mantiene las manos limpias. Y las cruzadas son totalmente diferentes. Son lanzadas contra las tierras ocupadas por los perdidos y sólo acabarán muertos quienes se interpongan en el camino de los Ejércitos de Dios. La cruzada es una guerra justa, Ad Majorem Dei Gloriam. Y ahora miraré desde lo alto.

Y el discípulo cambió de opinión antes de pedir perdón.

7. De este modo fue dirigida la más grande empresa de plática jamás realizada. La piedad estuvo a niveles inigualados en el seno de los reinos. Por todas partes se transmitía la noticia del periplo de Tomás. Y este adquirió la más alta consideración de los príncipes de la iglesia.




Capítulo VII La revelación de la muerte

1. Habiendo terminado su peregrinación, Tomás volvió a Clermont, a su ermita. El viejo edificio se había convertido en un santuario repleto de animales salvajes y de una flora exuberante, pero a Tomás, viejo y cansado, no le importaba. Se echó en la fría piedra a esperar la muerte. Durante dos días permaneció en estado de santidad. Sin comer ni beber. Se sentía débil y no tenía fuerzas para moverse.

2. La tarde del segundo día se produjo un acontecimiento extraordinario. La brisa había amainado y la tranquilidad del anochecer sólo era perturbada por algunos grillos. Tomás se abandonó a su contemplación, y sintió que llegaba su última hora. Entonces, un soplo divino hizo que se agitaran las hojas de los árboles y las plantas trepadoras y una luz sobrenatural vino para golpear a Tomás en la cara. Majestuosa, grave e inspirando recogimiento, una voz gutural se hizo oir:


- Tomás, soy yo, Christos. Abre los ojos, para que puedas verme.

3. Tomás no podía creer lo que escuchaba y pensó que debía tratarse del delirio que precedía al óbito. En un soplo imperceptible, interrogó a la voz:

- ¿Ya está? ¿Estoy muerto?

La extraña presencia le respondió:

-No, todavía no. Pero pronto lo estarás. Bueno, ¿puedes abrir los ojos?

4. Tomás hizo uso de sus últimos recursos para levantar sus párpados en un esfuerzo inconmensurable. Lo que vio fue una maravilla. Un rostro de una belleza fabulosa estaba inclinado sobre el suyo. Estos rasgos tan perfectos evocaron en Tomás una plenitud que no había sentido jamás. Se sentía sereno y reconfortado.

5. Tomás se dirigió a esta celeste aparición con estos términos:


- Usted es todavía mejor que todas las figuras que lo representan. En fin, ¿Por qué se aparece ante mí, Señor?

Christos respondió:

-Tomás he venido a conducirte al Reino de los Cielos, porque debes reunirte en el panteón de los virtuosos. Tu vida fue un modelo de excelencia y de abnegación al servicio de la fe y tienes derecho a la santidad eterna. Te anuncio que un día serás santo sobre esta tierra y una orden llevará tu nombre. Serviste bien a Dios, a Aristóteles y a mí mismo. Bendito seas por los siglos de los siglos.

Y tras estas palabras, Christos desapareció dejando en la atmósfera un perfume de piedad.

6. Tomás tuvo fuerza para responder:


-Amén- antes de rendirse.

Entonces su alma se elevó arrastrada hacia los cielos por la luz celeste.

7. Así desapareció Tomás de Aquino, cuyos restos, según las crónicas, aún permanecen en la ermita de Clermont sobre las ruinas de esta donde luego fue construida una abadía…



Traducido del francés por el Padre Prior Jesús Alfonso Froissart del Campo.

Revisado y corregido por Casiopea

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