L'Eglise Aristotelicienne Romaine The Roman and Aristotelic Church

[Eduardo_de_laguna]

Hacía ya algún tiempo que el Obispo Esteve había partido del Palacio Episcopal, rumbo a un lugar recóndito cuyo clima era beneficioso para sus pulmones, o eso decían los galenos.

El carruaje del Cardenal De Laguna se detuvo ante la residencia del obispo. Los dos guardias que debían escoltar las puertas de entrada jugaban a los dados, sentados uno frente a otro y desprovistos de las alabardas reglamentarias. Una sombra alargada los separó, oscureciendo la partida. Cuando se giraron para amonestar a tan molesta presencia, comprobaron de quién se trataba. Tropezaron torpemente, aventaron de una patada los dados y se cuadraron como pudieron. El rictus del Primado no mostró alteración alguna. Se limitó a apartarlos con un ademán y a cruzar el umbral que conducía a una sala elegante aunque algo recargada.

No había signos de vida en el interior. Las estancias estaban abiertas de par en par pero no se intuía ruido alguno. De pronto, un joven y una muchacha algo menor que él, se cruzaron por delante del prelado. Descamisado y con los pantalones cubiertos de barro, el varón contrastaba con la impecabilidad del sencillo atuendo de la joven. Correteaban entre risas libidinosas por los pasillos, ajenos a la compañía. En el ir y venir, la chica tropezó contra la cruz pectoral del prelado. Tras acariciarse la frente confusa, elevó la vista y encontró los ojos pétreos del inesperado visitante. Tanto ella como su cortejador, situado unos metros más atrás, se postraron de rodillas. El Cardenal se deshizo de la mano de la chiquilla, que intentaba besarle el anillo.

Avanzó sin prisa alguna y ascendió las escalinatas que conducían al piso superior. Ante el despacho del Obispo se encontraba un escribano de mediana edad que dormía plácidamente con los pies cruzados sobre una pequeña mesa. De Laguna tomó la pluma que había sobre un tintero seco y la pasó por la nariz del sirviente. Éste hizo bailar de un lado a otro sus fosas nasales hasta que sus párpados se vieron en la obligación de despegarse. Una especie de gruñido le manó de la garganta. Su silla trastabilló y precipitó su lomo contra el pulido suelo. El estruendo de la caída presagiaba que aquel hombre iba a tener la desagradable compañía de algunos moratones durante una temporada. Quejándose y con serias dificultades, logró ponerse en pie. Intentó besar el anillo cardenalicio pero el valenciano se le escapó, directo hacia la sala de despachos.

_Eminencia –titubeó el secretario mientras se frotaba las lumbares-, ¿cómo vos por aquí? No os esperábamos, de haberlo sabido…

El purpurado ya había cruzado la estancia. Desde el interior retumbó su voz.

_Hoy me reuniré aquí con alguien. Avisadme de su llegada.

El escriba se asomó tímidamente a la puerta.

_¿Desea algo más vuestra Eminencia?

_Sí. Devolved el honor a este lugar antes del atardecer. No estaría demás que también velaseis por el de vuestra hija. El mozo de cuadras se empeña en haceros abuelo antes que suegro.
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[Cata46]

Puntual como acostumbraba a ser, llamó a la puerta y no esperó la invitación para cruzarla. - Buenos días eminencia. - Dijo poco seguro de si el trato era el apropiado.

Tomó asiento en uno de los sillones cercanos al primado y esperó a que éste tomara la palabra.

[Eduardo_de_laguna]

De Laguna tomó asiento tras el escritorio del Obispo. Con el índice recorrió la madera de un extremo a otro. Una fina capa de polvo tiñó de color ceniza su guante rojo. Frotó los dedos para deshacerse de la suciedad. Soplo sobre la mesa, levantando una pequeña nube polvorienta, y dispuso en ella algunos legajos que traía consigo.

Mientras estudiaba los documentos, la puerta del despacho se abrió bruscamente. El citado había llegado. Sin pedir ningún permiso y como si se encontrase en su casa, se sentó rápidamente ante el Cardenal. Éste no levantó del todo la cabeza, que seguía dirigida hacia los papeles, pero sus ojos observaban al destemplado visitante. Tras varios segundos de silencio, el purpurado enarcó una ceja, alzó la barbilla y se dirigió a Cata.

-Poneos en pie-su voz sonó oscura-. No estáis en una taberna de pueblo ni os encontráis ante ningún compañero de jarra. No volváis a tomar asiento hasta que os lo indique.

Clavó sus ojos en los del cura. No estaba dispuesto a tolerar la menor impertinencia.
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[Cata46]

Una carcajada se le escapó ante la osadía del cardenal. - Acaso crees que soy un preso y tu mi carcelero? - El catalán permaneció sentado, sabiendo que si alguien debía levantarse en su presencia era el de Laguna que en presitigio y autoridad no le llegaba a la suela del zapato. - Tengo mucho trabajo y no quiero perder el tiempo con pomposas muestras de autoridad, así que si quieres tenemos la reunión y si no, me voy y sigo con lo mío.

[Eduardo_de_laguna]

El Cardenal esbozó media sonrisa, apenas perceptible. La reunión sería bastante más breve de lo que había pensado, lo cual le alegraba. Asuntos realmente importantes que atender le aguardaban, sin embargo, tenía ciertas esperanzas en que el encuentro resultase digno de celebrarse. Craso error. Mientras observaba a aquel hombre que desafiaba a la nada con la falsaria teatralidad de un arlequín de feudo pobre, llegó a pensar que el exabrupto interpretado respondía únicamente a que el susodicho se sabía acorralado, quizá perdido. Luego temió presumir unas cualidades demasiado complejas para una mente que conocía poco, así que prefirió concluir que lo que ante sí se mostraba, era cuanto había.

Recogió los documentos con paciencia. Se levantó del asiento e hizo un ademán con la mano hacia la puerta abierta. Unos pasos firmes y metálicos comenzaron a aproximarse tras la señal. El prelado se dispuso a salir de la habitación y al llegar a la altura del catalán, le habló por última vez.

-Quedáis expulsado de la Iglesia-lo dijo con desdén, con la mente puesta ya en otros asuntos.

Tras la salida del Primado, dos hombres armados se apostaron a cada lado de la puerta y con miradas de poca amistad, instaron al catalán a acompañarles a la salida del Palacio.
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