L'Eglise Aristotelicienne Romaine The Roman and Aristotelic Church

[Julieta]

Tras un largo y agotador viaje desde Sevilla, Julieta y su corte finalmente llegaron a Roma, exhaustos pero aliviados al ver el puerto de Ostia en el horizonte. Después de desembarcar y atravesar las bulliciosas calles de la ciudad, la comitiva se dirigió al elegante Palazzetto di Sisto, donde se hospedarían.

Una vez en su habitación, Julieta, ayudada por sus fieles criadas, comenzó a prepararse para la gran ceremonia de coronación que se avecinaba. Debido al sofocante calor del verano romano, decidió ponerse un vestido fresco de seda verde esmeralda, cuyo tejido ligero caía en pliegues suaves hasta el suelo, permitiendo que el aire circulara a su alrededor. Mientras las criadas ajustaban los delicados bordados de hilo de oro que adornaban el vestido, la Reina observaba su reflejo, sintiendo cómo la tensión del viaje iba cediendo poco a poco.

Su cabello, peinado hacia atrás y recogido en un moño bajo, dejaba una buena cantidad de ondas sueltas que caían suavemente a ambos lados de su rostro. Una fina diadema de esmeraldas y perlas lo coronaba, mientras unos pendientes a juego completaban el conjunto. Finalmente, con el vestido y los adornos en su lugar, Julieta se sintió lista para enfrentar la solemne ceremonia que no tardaría en comenzar.


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[Elisha_b]

Tras aquel largo viaje, habían sido trasladados al lugar donde iban a quedarse, y era un lugar para admirar durante horas, de eso no había duda alguna. Pero para la joven rubia, no había momento perfecto para aquello; era tan simple como llegar, admirar un ratito y volver a sus actividades.

Como en aquel caso, después de estar vestida y preparada para el evento, se dirigió con una cajita en mano hacia los aposentos de Su Majestad. Un guardia afuera la observó con dudas, pero ella no le prestó atención. Tocó la puerta y pasó rápidamente antes de que el guardia pudiera detenerla.

—Su Majestad —dijo ella, con entusiasmo y a la vez vergüenza por irrumpir en sus aposentos.

Observó a Julieta, tan guapa y preciosa, con aquel vestido tan despampanante, que no le quedaron palabras para hablar. Si algo tenía seguro, era que a esa mujer frente a ella la quería y admiraba demasiado. El hecho de verla como toda una reina la emocionaba más de lo que deseaba mostrar. Quizás no era fácil para ella lidiar con la cantidad de sentimientos que se le cruzaban al imaginarla como reina, después de tantos años a su lado aún le costaba aceptar tal hecho.

Aun así, se le acercó a cierta distancia, sonriéndole, y le dijo:

—Si me permite, tengo una cosa para usted... Lo llevé a Sevilla, pero no había encontrado la oportunidad de dárselo, espero que le guste.

Extendió sus manos y abrió la cajita. Dentro había un delicado trozo de tela de seda roja y en su centro un broche, uno digno de una reina, con oro, rubíes y perlas.


(se ve en grande si se toca la imagen )
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[Julieta]

Julieta se encontraba frente al espejo, ajustando los últimos detalles de su vestido, cuando escuchó el golpeteo suave en la puerta. Apenas tuvo tiempo de volverse cuando Elisha irrumpió en la estancia. La observó mientras ésta se acercaba portando una cajita que despertó al instante el interés de la Reina. Enarcó castellanamente una ceja, la curiosidad por el contenido de la cajita brillaba en sus ojos.

— Oh, Elisha, ¡qué belleza! — susurró Julieta inclinándose ligeramente hacia adelante para observar mejor el contenido de la cajita.

El broche resplandecía bajo la luz de la habitación, con sus rubíes y perlas perfectamente incrustados en oro, una pieza digna de la más alta realeza.

— Es... absolutamente magnífico. — Sus ojos se encontraron con los de Elisha.

Julieta llevó el broche con cuidado sobre su pecho, como si con ese simple acto invocara el favor divino de la propia Venus, esperando que la gracia y el encanto que emanaba de la joya se impregnaran en ella.

— Lo llevaré conmigo como un talismán y quién sabe, ¡en una de esas hasta me ayuda a encontrar el amor! —dijo con un guiño cómplice.

Aprovechando la cercanía, Julieta extendió su mano para tomar la de su Canciller, apretándola con suavidad.

— Gracias, Eli. No solo por este maravillo obsequio, sino por estar siempre a mi lado. No sé qué haría sin ti.
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