L'Eglise Aristotelicienne Romaine The Roman and Aristotelic Church

[Lujuria]

La Obispo de Segovia, sabiendo que los argumentos de Asdrubal eran certeros, y le dolía que la Iglesia no pudiera dar respuesta clara, intentó enlazar mentalmente toda la otra información disponible con la que contaba, incluida alguna que iba a dejar para más adelante…

-Quizás creáis que hemos afirmado lo obvio, Asdrubal de la Barca, pero Roma no lo ha oído, y testifico por las atrocidades realizadas por la Reforma en mi diócesis, pues la Curia no ha visto con sus propios ojos aquello, pero yo sí.

Respecto a más pruebas, puedo decir que sí las tenemos. No quería hablar de ello en mi anterior intervención, aunque supongo que fue un error pero he logrado dar con la feligresa que informó a Monseñor Ignius de vuestras actividades divergentes del buen hacer aristotélico, lo cual fue causa de vuestro cese como diácono. Una anciana que se confiesa asiduamente y que estuvo presente cuando ocurrió la profanación. Ella fue el vínculo y causa de que llegaran a oídos del Monseñor vuestra participación.

Incluso, ha llegado a mis manos la siguiente declaración escrita: - sacó entonces un pequeño manuscrito.

[Asdrubal1]

Esbozó una sonrisa, era la respuesta que esperaba, para que negarte se dijo Asdrubal, has azuzado al león contra la gacela, y el ataque no ha sido nimio. Miró al juez, no quería tentar la paciencia del Borgia, aquello rozaba el deslinde del proceso para entrar en un debate entre partes pero por Jah Misericordioso se dijo, no me voy a rechazar la oportunidad:

-Mientras la acusación pueda respaldar el testimonio de esa supuesta anciana y sus fuentes, estaré encantado de escuchar la historia-Por supuesto que conocía a lo que se refería la obispo de Segovia, y buen tiempo que hacía que había dilucidado ese asunto-No estoy enterado de los dimes y diretes en el Consejo Religioso pero... En lo referente al lider de la Guardia Real, no pretendo ser puntilloso pero raro sería que un guardia real no guarde al rey por muy aristotelico que el guardia sea y muy herético que supuestamente el rey se profese. Distinto es el caso de Ferrsnte pero de aquesto la acusacion estará mejor enterada que yo.

Miró detenidamente a la que era Obispo de Segovia, nueva en su Diócesis, su determibación asi lo atestiguaba, pero no iba a dejarse amilanar en su estrategia defensiva. A Roma no le iba a ser entregada su cabeza en bandeja de oro, orgullo personal.
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[Nicolino]

-Escribano, buscad en las catacumbas los registros de bautismo y burocracias varias que puedan testificar que esa es la letra del auxiliar de diácono muerto.-ordenó Nicolás, haciendo uso de la autoridad inquisitorial con la cual había sido investido.

-Por nuestra parte, aceptamos las pruebas aportadas por la testigo.-y su mirada, pasó de la de Segovia, a Asdrubal. El Borja, que había intentado aparentar neutralidad hasta ahora, a pesar de su recelo contra todo aquel contra quien se vertían rumores de pertenecer a la Reforma, adoptó una posición más firme y amenazante. Su voz no temblaba en pronunciar lo que estaba escrito en la Ley de la Iglesia:

-Si hemos de dictaminar sí es o no un crimen contra la fe, defender con voz, acto u omisión a un hereje, el Derecho Canónico, prevee la figura del "defensor" de la herejía, y por ende, sospechoso ante nuestro Tribunal, quién defiende con voz (por medio de la apología) o acto (podría ser por las armas).

También prevee la de "celator", es decir, quién se compromete a no denunciar a quién ha cometido crímenes contra nuestra Fe, desviandose de nuestras sagradas enseñanzas.

A pesar de que consideréis falacia mi argumento, podríais haber entrado en esa categoría al no haber denunciado a los Reformistas, en cuya compañía se os ha visto, tal como obliga la corrección fraterna.

Sin embargo, ahora las pruebas dadas por Lujuria, sugieren que sóis un hereje consumado.

Y el Inquisidor, entonces, se volvió al escribano.

-Hemos de citar más gente a comparecer en juicio, en virtud de lo señalado por Lujuria. Se amplía la acusación de este Auto de Fe. Tomad nota de lo que os mando a cumplir.

Conminamos a comparecer ante este Tribunal, asimismo, a Mosén Ignius y Maruca de la Huerta, en calidad de testigos.

[mikumiku]

Un viaje estúpido, innecesario y absurdo. Una entrada en la guarida del lobo, si aquella institución mereciese el honor de ser comparada a tan espléndido y salvaje animal. Era hombre ocupado y aquél viaje a la cuna del aristotelismo era una punzada en el hígado para el cumplimiento de sus deberes. Sin embargo había cosas en juego. Podía de una vez cerrar aquel pozo de excrementos de una vez, y olvidarse del asunto si se dignaban a dejarle en paz a él, a su villa y a su Corona. Además, su propio Rey y compañeros necesitarían un brazo extra de torcerse la situación.

El caballero atravesó la puerta con violencia, prácticamente apartando a los guardias al llamarle. Los pasos duros y firmes resonaron con fortaleza soldadesca, y la negra capa del rubio abrió paso a una manga arremangada que mostraba su antebrazo desnudo. Al llegar a su lugar, junto al resto de reformados, se descubrió al público. Bañado en sangre hasta la altura del codo, al final de un reguero de gotas carmesíes, el capitán de la Guardia Real de Castilla y León se alzaba en toda su estatura como un feroz príncipe de los infiernos.

- Aquí estoy. – Dijo con voz ronca, serio como la misma muerte. – Disculpad la tardanza. Como veis, algunos nos tenemos que abrir paso por este hormiguero putrefacto.

- Cualquiera pensaría que ya estaríais enterados de lo que sucede en tierras castellanas. Pero no. Debo añadir que si figuro aún como aristotélico romano es solo por la ineficacia del clero. Bien me puse en contacto con altos cargos para apostatar, y ante su indiferencia proclamé mi abandono de esta casa en un comunicado público al alcance de todo el mundo.

Con la mano limpia tendió una copia al familiar, siervo, o lo que fuese el encargado que tenía más cerca. Tan disparado de adrenalina y aún furioso del incidente mencionado como estaba, hubiese sido capaz de arrancarle la tráquea en un movimiento no muy distinto. Aún tenía en mente los gritos agonizantes de aquel italiano que por la espalda había intentado acuchillarle. Pero sus ojos estaban clavados, como virotes de balista al rojo vivo, en el inquisidor y en la obispo de Segovia.

- Que hayan hecho falta tantos meses para que se me excomulgara es ridículo. – Dejó caer con un desprecio como una losa de mármol. – No quiero tener nada que ver con este nido de gusanos infectos y confío dejarlo claro como el agua esta vez. Usad las palabras que queráis en vuestras sentencias.

Se preguntó cuántos de los acusados frente a un tribunal de la inquisición se decantarían por esa clase de afirmaciones. Al fin y al cabo, Miku no estaba allí para defenderse por nada. Desde una mirada tan negra como la noche apoyó la vista sobre los otros convocados, para después dispararla una última vez contra el jurado. El rojo líquido de la vida que corría por su brazo empezaba a solidificarse, y la sensación era harto desagradable.

- Una cosa más… Podéis ir rezando por quien intente molestar de cualquier manera a mi esposa, o al resto de mi familia.

[Ferrante]

Una voz crispada atravesaba en un eco apagado las puertas entreabiertas de la sala del tribunal. Aquel familiar de la inquisición, llamado así a los colaboradores de esa institución romana, guió al de Toledo por varios corredores hasta llegar a la sala donde tenía curso la acusación. El hombre, vestido de negro desde la cabeza hasta los pies y de piel cetrina parecía uno de aquellos especímenes que vivían siempre a la sombra de los muros y de sus superiores. Abrió la puerta para que pudiera entrar el castellano y le indicó un asiento.

El ambiente estaba algo cargado, por la cantidad de personas que estaban allí. Algunas caras le eran conocidas, otras le resultaron totalmente ajenas u olvidadas por el tiempo o la indiferencia. Una vez sentado, se quitó lentamente los guantes de fina piel de ante mientras escuchaba aquel cruce de palabras y réplicas en silencio, con la mirada baja y una sonrisa arrogante de suficiencia en sus labios. Cruzó sus piernas y se recostó tranquilamente en el respaldo del banco, esperando a que le llamaran.
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[Lisyus]

No parecia mal puesto. Rodeado de gente famosa, grandes señores y bellas damas. No entendia por que Nicolas le habia pedido que entrase en los ejercitos pontificios, y que le acompañase en este juicio además. Pero alli estaba, con uniforme nuevo, una espada al cinto y un arma que no sabia si era lanza, hacha, o una mezcla de ambas. Al menos era manejable.

- Me estoy aburriendo ¿que hacemos aqui? -dijo la bestia- Necesito accion, piltrafa, ¡accion!

Lisyus la ignoró como hacia siempre, y siguió vigilando. Malabestia tenia razón, pero si estaba alli era por algun motivo. Cuando escuchó jaleo tras la puerta empezó a comprender. Y cuando esta se abrió y vio entrar a un tipo bañado en sangre (suya o de otros) gritando

- Aqui estoy

No pudo hacer nada. La vista de la sangre la hizo aparecer.

Malabestia se interpuso alabarda en mano, a escasos centimetros del individuo, y con voz ronca pero baja e intimidante, le dijo mirandole a los ojos.

- Alegrame el dia imbecil. Vuelve a gritar o a blandir el arma y te reviento. Guarda el debido respeto al tribunal ¿me has entendido?


Y sonrió

[mikumiku]

- No sabía que ahora apilaran la mierda tan alto. – Finjió sorpresa y admiración a la vez que arrugaba la nariz como el asaltado por un mal olor. – Límpiate los oídos y los ojos, porque ni he gritado ni llevo armas. Lávate entero, de paso, y harás un favor a tus señores.

No conocía al guardia pero nadie le llamaba imbécil a la cara sin esperar algo a cambio. No hablaba un lenguaje especialmente cortesano, y en el mismo le respondió para que le entendiera. Picando la planta del que no gusta de aclarar las cosas con letras sino con aceros. Miku abrió los brazos evidenciando lo absurdo de la intervención del subordinado, y no tuvo, gracias al mismo, ni necesidad de acercarse para frotar la mano sucia sobre el uniforme de su interlocutor.

- Gracias por eso. – Comentó en burla, manteniendo las distancias ahora con la alabarda. Si pasaba la cosa de la raya, no iba a encontrar el extranjero un desafío fácil. Sin embargo, el caballero estaba asqueado, harto. Hasta para echarlo de allí estaban tardando. - Puedes volver a tu cubil, engendro. Aquí somos todos amiguitos. Si tienes lo que hay que tener sabes cómo encontrarme fuera.

[Galbart]

La única armadura que llevaba era la ropa. No quería sentirse pesado para un evento tan... tranquilo. Aun así nadie reparaba en él. Puede que fuera alguien que pasara desapercibido facilmente. O quizá era que nadie quería hablar con él, y no era que le molestara, es más casi que lo prefería. Sea como fuere, el escocés decidió colocarse en un lugar en el que pudiera tener visible la puerta y a él. Quién se lo iba a decir meses atrás, de Whithorn a Roma y no a cualquier sitio de Roma sino al tribunal de la santa inquisición. Si bien es cierto que aquella gente no representaba ninguna amenaza su poder si que lo hacía. Porque él aunque tuviera una espada muy afilada, que la tenía, no le servía de nada se mandaban apresarle, ¿por qué lo intangible prevalecía sobre el elemento material? Los Dioses sabrían por qué, él no entraba (no quería más bien) en esas disquisiciones a menos que fuera necesario hacerlo, entonces no salía de ahí hasta caer rendido, victima del agotamiento, o bien porque encontraba una respuesta que le satisfacía, cosa rara.

Pasaban los minutos y allí seguían hablando e interrogando. Encontraba todo aquello bastante absurdo. Pero él no decía anda acerca de aquello. Se limitaba a escuchar y a obedecer. Los negocios son los negocios. Era su vida y así era como se la ganaba, pero eso nadie lo sabía. Él sí lo sabía, él estaba alli sentado, escuchando, preguntando, y consultando con sus subordinados. Antes de entrar, intercambiaron unas palabras y el mensaje que sacó en claro fue que si las cosas se salían del guión establecido que hiciera lo que tenía que hacer. Aquello le gustaba, al fin y al cabo, tenía cierta libertad a la hora de realizar su trabajo.

Pero allí seguía él, tan alto como era y tan recto y erguido como le era posible. Allí estaba, cerca y a la vez lejos, de miradas indiscretas sobre todo. Y guardaba silencio. Ni tan siquiera surniaba o tosía. Cuando le parecía cambiaba... Una voz le sobresaltó. Se llevó la mano a la empuñadura de la espada y dio un paso al frente, entonces las puertas se abrieron. Tenía un aspecto... interesante. El de Caithness desenvainó y dio otro paso al frente. Ante la última amenaza no pudo evitar sonreir. Era gracioso, no podía estar pasando en un juicio de la inquisición, pero allí estaba.

Un guardia se le echó encima rapidamente y se sorprendió a si mismo hablando: Más te valdría a ti antes de que tu sangre se mezcle con la del resto de tu ropa. No sabía si alguien le había escuchado, pero le miraba fijamente. Y aunque él no lo dijera, aquel hombre tenía agallas y eso, al de Caithness, le gustaba.

[Lisyus]

Con cara de sádico y una vena marcada en la frente, Malabestia dejó caer a un lado la alabarda. Una amplia sonrisa mostraba la perdida de un par de dientes (consecuencias de sendos golpes) Haciendo crujir sus nudillos se acercó a su oponente.

- He talado cabezas mas altas que la tuya piltrafa -dijo dándole un empellón- Vamos, sal de la sala hereje, te llevare al fuego purificador donde debes arder. ¡Vamos señoritingo, tengo muy poca paciencia!

Lo empujó bruscamente, pero antes de que cayese o retrocediese le agarró la muñeca y dió un bofetón con la mano abierta para ablandarlo.

Ya acabaría con él fuera
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Sagrada Orden de la Estrella de Christos

[Nicolino]

-¡BASTA!-gritó el Borja, quién sentía que la situación se le escapaba de las manos. "Malabestia" había despertado, y eso se notaba en el sudor, las venas de la sien y las palabras que Lisyus vociferaba. Insultos, vejaciones, lanzas. Si no intervenía, aquello podía acabar en matanza.

Nicolás miró a Galbart. El, sin embargo, no podía dejarse llevar jamás por el fervor. No era un fanático. De hecho, sólo actuaba como mercenario. Quizás, había sido una decisión acertada haberlo convocado. Quizás, la frialdad y el absoluto control del acero, era una virtud para las guardias de palacio, que los volvía implacables. Y quizás, la furia mal utilizada, una debilidad.

-NO SE DERRAMARÁ SANGRE, NI HABRÁ VIOLENCIA en el Palacio de la Inquisición-bramó, intentando canalizar en su voz toda la autoridad que tenía. Y se sorprendió de que fuera él quién pronunciara tales palabras. No solía ser de los que abogaban por la paz. De hecho, recordó a otro Prelado en aquel momento, y sintió cierto estremecimiento.

¿Y Miku se retiraba? Su llegada intempestiva había hecho que los guardias aprestaran las armas, ocasionando aquel episodio, alabardas en ristre. Pero la escena se volvió confusa, rozando lo dantesco. ¿A quién pertenecía aquella sangre derramada?¿Si no se portaban armas, a qué se debían las manchas en los ropajes?¿Otro asesinato teñía de un rojo distinto al cardenalicio aquella audiencia en Roma?¿Quién estaba dentro del salón y quién fuera? Revuelo, sin duda eso había.

Sus puños se cerraron con fuerza. Intentó templar sus propios ánimos. Debía continuar con el proceso. Si fallaba, la Reforma ganaba. Y su orgullo sería herido de muerte. Si las cosas se salían de control, el perdía. No podía permitirse ese lujo.

Se volvió a la Tribuna:

-Maruca de la Huerta, os llamo a testificar, en nombre de la Santa Inquisición. Sino, procederemos con la interrogatorio y la defensa de los acusados.-y sabía, que aquella mujer, debía estar allí, perdida entre los observadores.
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A schism? Just try it. I will strip you of all you have...

[mikumiku]

Con una sonrisa lobuna, el capitán de la guardia se pasó la lengua por el interior de la mejilla. Una década empezaba a parecer ya el tiempo que había pasado sin encontrar un rival de verdad, alguien con desahogar la furia y la técnica sin ninguna clase de miramiento. Si uno recorría su vida podría verse asombrado por la cantidad de duelos y refriegas en las que el rubio castellano había puesto el pellejo en juego, si bien muchos de ellos se podían catalogar como práctica o lances sin un objetivo tan destacable como el propio cuello.

Era fácil, pensaba. Al recio guardia que le retenía no había sido complicado sacarle de sus casillas con dos insultos bien puestos, mientras que regalaba al otro, más quieto y seguro de sí mismo, la virtud de la indiferencia. La vida al fin y al cabo era teatro, y cuando alguien entra en escena de golpe, saliendo de las sombras, si la audiencia no reacciona es que la actuación es un fracaso. Podía haberle seguido el juego, apelado a la cobardía de amenazar con las armas lo que no se podía defender a cuerpo, pero algo le decía que más ofensa causarían los oídos sordos. Volver a verse en aquellas después del incidente callejero con el italiano le ayudó a afinar el sentido, amainar la sed de sangre y reflexionar.

- ¿Cuál es tu nombre, guardia? – Preguntó entre dientes al que le sujetaba. Se notaba que ambos tenían ganas de justa liza, y que a ninguno de los dos les iban a dejar entonces. – El mío lo habéis oído. Os llamaré un día, más pronto que tarde, y aclararemos esto de uno a uno sin cargos por encima.

Soltó esas últimas frases sin ira, recuperando un tono de desafío no más cordial pero sí menos explosivo. Y entonces se soltó de sus garras con una pequeña treta como las que se aprendían en la buena esgrima. Presionando hacia el centro de equilibrio corporal, Miku envolvió con el meñique la fuerte muñeca del agresor; Como si quisiera cortarle con el filo de la mano diestra, vacía. Aquello, unido al impulso del empuje con el peso de ambos combatientes, fue suficiente para liberar la mano y hacer perder pie por unos instantes a la bestia parda. Las verdaderas artes de la guerra, al fin y al cabo, eran las que explotaban las limitaciones y debilidades del cuerpo humano. Independientemente de la envergadura de uno, todo hijo de vecino podía torcer las extremidades hasta cierto punto. Con la siniestra, y pensando que el pobre al que le tocara lavar ese uniforme no tenía culpa, se ayudó para ganar el espacio necesario e interponerle entre él y su compañero espadachín.

Antes de salir por donde había entrado dirigió una última mirada al Inquisidor. El Borja, a quien ya había visto antes, mucho tiempo atrás. Despreciado por todos menos por los suyos. Parte de aquella familia que se emparentaba entre primos y no tenía reparo en alterar el propio apellido para que un italiano lo pudiese pronunciar. El capitán se sorprendió al notarlo nervioso y no tan firme como esperaba. ¿Tenía miedo, en el fondo? ¿Tenía algo que perder con aquel proceso? Fuera cual fuese el caso, para el Espinosa la farsa había terminado.

[Enriique]

Residencia del Barón de Monterado, fría mañana invernal de noviembre.
El barón encontrabase meditando sobre lo particular de su vida tras las murallas de la ciudad eterna de Roma, mientras el servicio de la casa de Monterado dispensabase los muchos oficios que el día, apenas naciente por entre el alba cobrizo, otorgaba. Una sensación de calma y armonía recorría los angostos corredores de la residencia, al tiempo que una retahíla de labriegos asistían a sus labores en la pequeña huerta que éste, el barón, guardaba a algunos kilómetros del sitio. Un bastión de fe, concurrencia de mentes, sabios y letrados se reunían en las frías noches bajo el austero techado de aquella residencia episcopal.
La servidumbre de aquella noble casa se resumía a algunos intendentes, mensajeros, varios abates, una fila de cocineras, pajecillos, algunos ayudas de cámara y dos escribas, sin obviar la presencia del Mayordomo Alonso. Ni bien hubo terminado de comenzar el día arribó un mensajero, vestía librea con signos de la Inquisición...
Solicitaban a Enrique en el juicio que realizaban contra la Reforma Hispánica.

¿Para qué? El obispo oxomense no era tan importante en aquel proceso inquisitorial, más si lo era su antecesor, Ignius de Muntaner. Su frívola mirada se concentró en la sucia cara de aquel mensajero, tenía picardía y suspicacia en su mirada, pero era cobarde. Hizo le despidieran y llevase el mensaje de que asistiría.

En lo profundo de su ser había una duda de asistir o no, era enemigo de esos largos procesos donde interrogaban a uno y a otro, sin enviar a nadie a la cárcel o a la hoguera... Cada juicio era un recuerdo doloroso de aquel asesinato impune del que fue testigo; recordaba, frescamente, los ojos de su padre brotando sendas lágrimas causadas por el dolor del puñal que atravesó su costado.
No era posible evitar que las lágrimas brotasen de sus ojos, sintiendo que se clavaba una fría daga en su corazón debilitado por las muchas emociones que había sobrevivido, un envenenamiento del que no se conocía autor alguno y el intento de morir bajo el filo de una espada oxidada.

Lavó sus manos con agua pura. Una tinaja se tendía bajo sus manos, mientras que el clérigo, ojos cerrado y pensamientos distantes, decíase:

- Lávame Tú de mi delito, Puríficame Tú de mis culpas, Señor... - tras cuyas frases, casi épicas, tomaba un pañuelo de lino y secabase con apresuramiento.

Aquel ayuda de cámara estaba dispuesto con la sotana que usaría aquel día. Negra en su totalidad, con botoncillos en púrpura, muceta en púrpureo color, birrete y solideo que envidiaban a muchos de los que usaban los prelados hispanos. El anillo episcopal se situaba en su dedo medio, mientras un pectoral de plata pendía de su pecho; y, a pesar de todo, seguía vistiendo humildemente.

Un póstigo se abría, dejando ver la ciudad de Roma que se levantaba majestuosa con todos sus edificios parecidos a palacetes, catedrales, basílicas e iglesias en donde se rendía culto al único Dios que había. Y es que al pensar en la aberración reformista un estrépito corría su cuerpo, asco y repugnancia contra aquellos que hubieronse levantado contra Roma, celador incansable de la Verdad Divina.

"Ojalá sus cuerpos fuesen entregados a los hambrientos lobos..." - pensaba el clérigo, mientras sentía escozor ardiente en su cuerpo, cada vez que pensaba en aquella gentuza dolíale una parte esencial de sí. Eran maléficos, viles, rufianes que profanaron una Colegiata e hicieron destrozo en ella, ¿algo más que atestiguar?

Se abrió la puerta de su habitación, un lacayo anunciaba que la escolta estaba lista para llevarle hasta el Palacio de la Inquisición. Sí, nuevamente se dirigía a uno de tantísimos palacios con los que contaba la Santa Sede.

Era abundante la escolta: guardias episcopales y de Monterado conformaban la custodia del clérigo, mientras sus enseñas personales eran llevadas en alto y la feligresía romana le saludaba fervorosamente. Pero, para Enrique, aquello era bastante extraño; siempre acostumbró a dar aquellos saludos, pero ahora los recibía él.

Prontamente arribaron hasta el Palacio de la Inquisición, donde el tribunal estaba instaurado y, por lo visto, habían sido interrogados algunos testigos. Se desprovió de aquel birrete que le atiborraba la testa, mientras tomaba asiento cercano a todo aquel presidium inquisitorial.
Dirigió una mirada al Borgia, mientras le bendecía minuciosamente, casi en lo ocutlo.
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[Maruca]

Maruca se hallaba en la tribuna observando todo el proceso, había sido llamada como testigo y allí estaba con el permiso de Su Majestad Astaroth, al fin y al cabo le había jurado lealtad. Oyó al Borja que la convocaba, se puso de pie y caminó hacia el estrado. Miró a su Rey y a su compañero de la Guardia Real castellana, también se encontraba en el recinto su Capitán y no podía creer estar en esa situación. Esperó a ser interrogada.
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[Lisyus]

NO SE DERRAMARÁ SANGRE, NI HABRÁ VIOLENCIA en el Palacio de la Inquisición

Fueron Los sentimientos de respeto, lealtad y amistad los que ayudaron a Lisyus a recuperar el control tras el grito de autoridad dado por el Inquisidor. No podía dejar que la bestia hiciera una masacre en tan solemne lugar y ocasión. Así pues, con una mueca de fastidio, una molestia en la muñeca, y sobre todo un terrible dolor de cabeza debido a la lucha interior, Lisyus tomó posesión de si mismo.

Y fue a tiempo. Mientras veía a una guerrera caminar hacia el estrado hincó una rodilla en tierra, y mirando al suelo dijo

-Pido perdón a su ilustrísima por mi exceso de celo. En ocasiones me dejo llevar por mi Fe en Aristóteles. -dijo con voz sumisa- Señor, estoy presto a cumplir vuestras ordenes y asumir el castigo que tengáis a bien imponerme. Sin embargo, humildemente y arrepentido, os pido clemencia para quien solo busca protegeros.

Y aguardó
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Sagrada Orden de la Estrella de Christos

[Galbart]

Escoria sureña, pensó sin dejar de mirar a aquel hombre.

Envainó la espada y dio un par de pasos hacia atrás volviendo a su sitio en cuanto escuchó a Nicolás Borgia ordenar que no habría derramamiento de sangre. No apartaba la vista del ensangrentado que ahora retaba a aquella mole. Aquella escena provocó que el rostro de escocés cambiara de gesto y mostrara una amplia sonrisa. Ahora aquel tipo se marchaba y el jucio seguía. No estuvo mal aquel espectáculo protagonizado por aquel hombre. Pero bien podía haber ido más allá, si tenía ganas de guerra que hubiera atacado y podría haber muerto peleando, como debía ser.

No, en el sur no tienen esa costumbre... escoria sureña...