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Ignius
Inscrit le: 17 Nov 2010 Messages: 3429 Localisation: Catalunya
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Posté le: Ven Mar 09, 2012 11:50 pm Sujet du message: [Dogma] Príncipe-Demonio Leviatán (Ira) |
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Demonografía de Leviatán
Una infancia de pesadilla
Hace mucho mucho tiempo, Leto, un marinero honrado y trabajador, se casó con una mujer llamada Hécate. No era el tipo de mujer cariñosa y alegre que digamos, era más bien de carácter fuerte e inestable. Los años pasaron y el distanciamiento de Leto, muy a menudo a causa de la pesca, transformaron a su esposa en una mujer cerrada y poco cordial madrastra. Algunos hasta decían que era cruel y mala.
Sintiéndose abandonada y teniendo sólo poco dinero, esta mujer pasaba su tiempo libre vendiéndoles su virtud a los marineros de paso sobre los muelles del puerto de Oanilonia. Hécate se quedó embarazada durante una de las ausencias de su esposo e hizo creerle a este último que esperaba a un niño de él. El pobre diablo jamás había desconfiado y pensó simplemente que había cumplido con su deber conyugal.
Así nació un niño al que ambos escogieron llamar Leviatán. El pequeño, desde su edad más joven, comenzó a mostrar los mismos signos de carácter que su madre. Con un padre que navegaba siempre a merced de las mareas y demasiado ausente, de su educación se ocupó Hécate, que, en su locura, le hizo sufrir una vida como no se la deseamos a nadie. Golpeado desde su más tierna infancia porque difícil eran de calmar sus lágrimas, insultado diariamente porque era visto como un parásito, Leviatán no sólo gozó de muy poco amor sino que debió sufrir un odio increíble durante años. Cuando tenía hambre, su madre le gritaba y sólo le daba el pecho una vez al día cuando su peculiar jornada acababa. Leviatán lloraba así durante horas. Cuando reclamaba un poco de amor, Hécate lo sacudía como un montón de paja para que dejara de incomodarle. Y si, por desgracia, se lo hacía en sus pañales, se quedaba manchado hasta que el olor fuera tan insoportable que Hécate acabase por cambiarlo. En ningún momento de sus años de juventud fueron agradables.
Los tiempos que siguieron no fueron menos horribles para el niño, veía muy poco a su padre y sacaba provecho de estos momentos de amor que podía compartir por fin. Leto y Hécate no se entendían más que a gritos y bofetadas, que eran el día a día en el seno de la familia. Con el fin de protegerse de su madre, Leviatán se había habituado a mentir a todos para no levantar sospechas cuando volvía. Con el fin de vengarse de las maldades que le infligía Hécate, había desarrollado una picardía incomparable pero esto no le evitaba los tortazos y otros incordios. El joven chico creció así viendo muy poco al que le gustaba y que consideraba como su padre. Veía desfilar cohortes de hombres en su morada que a diario pásaban, era insultado a menudo cuando su presencia era observada. Su madre le había dicho que pensaba que su "genitor" había fallecido, pero él, prefería mentir a su padre para conservar el amor que este último le daba.
Leto tenía la loca esperanza de hacer de su hijo un marinero confirmado. Así, tan pronto como estuvo en edad de viajar sobre el agua, decidió llevarselo con sus barcos de pesca. Leto le mostraba todas las cuerdas finas del oficio, todo lo que hacía un buen marinero y observó muy temprano una aptitud para el oficio. Anotó desde luego el carácter colérico y vicioso de su hijo al que intentó en vano hacer cambiar. Así, los últimos años de su infancia, Leviatán los pasó entre el mar y su madre, entre momentos relativamente felices y períodos trágicos. Se volvió rápidamente muy dotado para la marina y su padre a menudo le dejaba el timón sobre su barco, porque Leviatán ya era un gran marinero a la edad de quince años. En aquella época, el joven adolescente ya estaba considerado como un hombre y su carácter de fuego junto a sus arranques de cólera le hacían un capitán temible en potencia. Leto lo comprendió demasiado bien y le dio así el mando de uno de sus barcos de pesca.
La juventud en el pecado
Apenas en edad de retozar con las chicas, Leviatán ya comandaba un bello barco de pesca con toda su tripulación de la que él mismo escogía a los miembros. El joven hombre ya físicamente más fuerte que la media, se arreglaba para tomar a marineros dóciles que no se rebelaban delante de su autoridad y sus cóleras. Leviatán tenía sobre sus espaldas tantos malos tratos y incordios durante su infancia que había contenido una cólera que duraba ya demasiado tiempo. Una tarde cuando debía hacerse a la mar, pasó a su morada para preparar los últimos detalles de su viaje, se cruzó allí con su madre, redonda como una cacerola que lo insultó en abundancia y le escupió en la cara bajo el humoso pretexto de que era un bastardo. Leviatán que, habitualmente, llegaba a dominarse con un mínimo y vivo rojo, no pudo evitar que una cólera terrible se apoderara de él. Se acercó a Hécate y la cogió por el cuello con sus dos manos. Los ojos inyectados en sangre y una mueca de odio dibujada en sus labios, apretó sus manos mascullando, apretó tanto que la cara de su madre se volvió rojo vivo con los ojos desorbitados. No hicieron falta sino algunos instantes para que Hécate dejara de respirar, Leviatán la abandonó en el suelo como si fuera una saco de trigo, su cuerpo hizo un ruido sordo extendiéndose sobre el suelo de la casa. Leviatán se quedó así una larga hora observando a su madre extendida sobre el suelo, intentando tener remordimientos por lo que había hecho, al contrario se sintió todavía más fuerte, y sobre todo, liberado de un peso demasiado pesado para sus jóvenes hombros.
[Ilustración del joven Leviatán, autor anónimo]
Con el odio en su corazón y la cólera en su alma, Leviatán fue incontrolable en lo sucesivo, como si su matricidio hubiera confirmado un destino que ya se dibujaba desde hacía muchos años. Así como lo tenía previsto, embarcó por una larga semana de pesca con toda su tripulación, habiendo dejado a Hécate abonando la tierra, sin decirle nada a nadie. Pensó que cuando la encontraran, creerían en un homicidio, perpetrado por uno de los muchos hombres que iban a pagar sus servicios, que se habría sentido insatisfecho por la prestación. Había escogido a su tripulación con mucho cuidado, cogía a hombres con cuerpo bastante fuerte para trabajar duramente pero con ánimo simpático.
A Leviatán le gustaba gritar a aquellos a los que empleaba, procurando fijarse en el efecto que producían sus gritos y sus arranques de cólera, esperando poder poner en marcha una reacción para poder corregir al descarado que se atrevía a levantarse delante de él. Entre los miembros de la tripulación se encontraba un chico apenas más joven que él, llamado Gabriel. Se había fijado en él debido a su amabilidad y a su aparente cobardía. Se había dicho a sí mismo que reclutándolo, tendría como divertirse y ya saboreaba de antemano todo el dolor que iba a poder causarle. Lo que motivaba más al capitán en esta situación, es que no comprendía cómo se podía ser tan tranquilo y tan plácido, así, se divirtió en buscarle disputa regularmente y en provocarlo.
Un día, llegó gritando como de costumbre, escupiendo a los pescadores no bastante rápidos según su gusto, golpeándoles y provocándoles en ellos la cólera y el resentimiento. A menudo, algunos intentaban rebelarse y golpear a Leviatán, pero éste, feliz del odio que le consagraban, esquivaba siempre los golpes y se ensañaba entonces a golpearlos con una sonrisa en los labios. Gabriel no tenía nada que pudiera serle criticado, hacía bien su trabajo, pero Leviatán se le echó encima. Le reprochó el haber descuidado su trabajo, gritándole para ver su reacción, pero Gabriel quedó tranquilo sin mostrar cólera ni odio. Las injurias y los gritos de Leviatán resbalaban sobre él como la lluvia sobre una superficie lisa. Nada de lo que le dijera penetraba en él ni despertó la menor cólera. Decepcionado por esta reacción, el capitán le lanzó un buen golpe y se fue de nuevo a ver en otro lugar. Así, regularmente durante sus largos viajes en mar, Leviatán vejaba a sus hombres y particularmente a Gabriel hacia el cual desarrolló un odio imcomparable, un odio que se materializó en una cólera infinita respecto a él.
El advenimiento del odio y de la cólera
Algunos años pasaron, y los hombres bajo el yugo de Leviatán pudieron comprobar sólo una agravación de sus defectos, no contaban más los pecados que había cometido, sino los muertos que habían cruzado su camino, y Gabriel, él, imploraba al Altísimo en silencio para que esto acabara. Sobre el barco, no era raro que un marinero fuese echado por la borda, en su locura histérica, Leviatán dejó así a algunos de sus hombres ahogarse sin que nadie pudiera allí hacer nada. La justicia de Oanilonia no era calificable de intransigente en ese tiempo allí, y gran número de acusados salían de allí con buena cuenta, era pues la ley del silencio la que reinaba, ante todo por miedo a represalias terribles. El odio que emanaba del hombre fue indudablemente lo que atrajo a la Criatura sin Nombre hacia Leviatán, se le dirigió bajo la forma del teniente de la guardia de Oanilonia, conocido por ser un tirano sin temor ni rey, violento y vil como ningún otro. Una tarde cuando estaba en tierra y salía de la rada, perdido en los vapores del alcohol, Leviatán vió al teniente, en su camino, bloqueándole el paso.
Citation: | Leviatán : "¡Apártate de ahí si no quieres probar mis puños!"
Hombre : "Piénsalo bien... ¿crees que serías capaz de hacerme daño, joven idiota?"
Leviatán : "He matado por menos que esto..."
Hombre : "Muy bien... Comprendiste el poder del odio... Tu cólera te hizo mucho más poderoso...¡Ahora, cumple tu destino!"
Leviatán : "¿De qué? ¿Cuál destino?"
Hombre : "Leviatán, todavía no te das cuenta de tu importancia. Comienzas justo a descubrir tu poder... ¡Si asociamos nuestras fuerzas, pondremos fin a esta mentira que es el amor y nos haremos los fuertes dominadores de Oanilonia!"
Leviatán : "Puras palabra, estás tan borracho como yo..."
Hombre : "Solamente tú conoces el verdadero poder de la cólera... Tu madre jamás llegó a decirte quién había sido tu padre..."
Leviatán : "¡Oh, ya me lo dijo bastante! ¡Me dijo que había muerto!"
Hombre : "No Leviatán, ¡yo soy tu padre!"
Leviatán : "¡No, no es verdad, eso es imposible!"
Hombre : "¡Mira en tu corazón y sabrás que digo la verdad!"
Leviatán : "Noooooo..."
Hombre : "Ahora cumple tu destino y mata a ese usurpador que es Leto. Tarde o temprano se enterará del secreto de tu nacimiento y entonces, no tendrás nada más."
Leviatán : "¿Y después, te veré de nuevo?"
Hombre : "Cuando Leto sea eliminado y cuando hayas envejecido, entonces, volveré. Sírvete de tu odio joven marinero, libera de la correa a tu cólera y un día volveremos a vernos." |
La criatura había conseguido inyectar todavía más vicio en el corazón del joven Leviatán y sus mentiras volvieron al capitán todavía más arrogante y vengativo. El marinero en estado agitado, embriagado y presa en el peor de los casos por arrebatos peores de los que hubiera conocido hasta entonces, esperó hasta que Leto volviera de la pesca. Preparó así la llegada del que pensaba ser su padre, fomentando planes para eliminarle y aguzando sus armas para combatir mejor. Leviatán no tenía desde entonces ningún sentimiento hacia otros excepto el odio. Era por otra parte lo que caracterizaba a este joven hombre. Por fin, llegó la gran tarde, Leto, cansado y agobiado por su viaje, directamente volvió sin pasar por la taberna como de costumbre. Desde la muerte de su mujer, un alivio lo había invadido y podía sacar provecho por fin de su casa, como todo marinero lo hacía. Atravesó el umbral de la morada y cayó frente a Leviatán, con un sextante en la mano, de pie y la mirada llena de furia. Leto quiso hablarle para comprender lo que se tramaba allí, pero no tuvo tiempo para eso, Leviatán fundió sobre él como un zorro sobre una gallina y le asestó un golpe vigoroso con el sextante sobre el cráneo. La sangre saltó y dejó rastros sobre las paredes de la entrada mientras que Leto se hundió rígido muerto en un vorágine de sangre sombría y viscosa. Ningún grito se oyó y el joven hombre, de edad de una treintena de años, dejó el cuerpo del difunto en el mismo lugar para que lo encontraran los lugareños. Algunos pretendieron que Leto había muerto de un accidente, pero todos ellos, en el fondo, sabían que había sido un golpe de Leviatán.
Así es como Leviatán heredó la fortuna de su padre, sus barcos y se hizo almirante de una flota compuesta de pescadores de una decena de navíos más o menos importantes. En lo sucesivo, el hombre no tenía ningún límite a su poder, además de su notoriedad pública de histérico chillón y loco furioso, tenía ahora el del poderoso debido a la riqueza de sus bienes. Nadie se atrevió más a oponérsele, nadie salvo un hombre: Gabriel. El nuevo estatus de Leviatán hizo que se volviera todavía más incontrolable, desencadenando su vicio sobre todos ellos, y engendrando así la cólera entre todos sus empleados, únicamente Gabriel permanecía inquebrantable delante de las injurias y los incordios. El almirante quedaba incrédulo, no comprendía cómo, a pesar de toda la marejada de violencia de la que soportaba Gabriel, éste podía quedarse tranquilo, obediente y trabajador.
Su camino se cruzó menos a menudo más tarde porque Leviatán había escogido navegar sólo a bordo del Kraken, un gran buque a tres mástiles del que estaba orgulloso y que le daba la impresión de ser el dueño del mundo. Por otra parte, no era raro verlo ir a la proa y gritar que era el dueño del mundo, los brazos apartados y la mirada hacia el horizonte, cuando el viento soplaba en las velas. La pesca se había hecho una actividad pobre a sus ojos y Leviatán decidió lanzarse a la piratería. Reclutó a marineros curtidos y no teniendo miedo de ir en contra de las leyes, los reclutó en las tabernas de mala fama de los muelles de Oanilonia, ofreciéndoles alcohol y chicas y alegrías para convencerles de unirse en su búsqueda destructora y malsana.
[Ilustración del almirante Leviatán, autor anónimo]
El reinado de Leviatán se presentó sobre el mar de Oane que bordeaba la gran ciudad, él y sus esbirros fueron al asalto de los vendedores y pescadores que navegaban a la altura de las costas, dando pruebas de una violencia rara y, como medida de seguridad, jamás permitiendo sobrevivir. Inspeccionando los botes y otras embarcaciones de todo género, el almirante se constituyó una gran reserva de bienes y de mercancías que revendió a precio de oro sobre los mercados de Oanilonia. Al paso, saciaba sus deseos rencorosos y violentos, atroces y estruendosos sin cuartel, dejando detrás de él centenares de cadáveres. Las autoridades de la ciudad se percibieron rápidamente de que la piratería había investido las aguas locales pero como nadie había podido jamás salir de allí vivo, no tenían idea de que podía tratarse. Leviatán había conservado sin embargo su flota de pesca para dar el pego pero algunos comenzaron a apuntarle con el dedo, denunciando a quién quería oírle que el almirante era el pirata del mar de Oane. Esto fue vano y Leviatán mismo se encargó de eliminar a sus acusadores, con un cierto placer por otra parte. Encontraron así a varios hombres degollados en la plaza pública.
En cada una de sus vueltas sobre la tierra firme, Leviatán encontraba indudablemente a Gabriel, que cree que su historia estaba atada en un destino común. Este último procuraba siempre hacer entrar en razones al colérico marino, explicándole que su vicio iba a precipitarle a los abismos. Sus entrevistas concluían generalmente de la misma manera, una gran bofetada en la cara de Gabriel. Un observador exterior reprodujo una de sus justas que sería más o menos esto:
Citation: | Gabriel : "¡Leviatán! ¿Por qué tanta cólera?
Leviatán : "Porque en toda la humanidad mozo, hay sólo dos tipos de hombres y solamente dos. ¡Hay el que se queda en el sitio donde debe estar y el que tiene su pie sobre la cabezota del otro!"
Gabriel : "Dios mío, ¡pero que horror! ¿Que viviste para cultivar tanto odio y tanta cólera hacia los demás?"
Leviatán : "Vas a soltarme una, ¿sí? O Todavía vas a encogerte como una florecilla mojada..."
Gabriel : "¡Lo sabes, no tengo miedo de tus amenazas y tus golpes jamás me harán reaccionar! ¡ Aborrezco la violencia porque es la madre del sufrimiento!"
Leviatán : "¡Increíble! ¿Jamás se te podrá hacer callar? ¿Debería quemarte en la hoguera como a un cerdo, y a tu familia contigo, para que dejaras de hincharme?"
Gabriel : "¡Jamás pararé, por lo menos hasta que te decidas por fin a cambiar!"
Leviatán : "¡Jamás cambiaré, no me dejaré atropellar por una debilidad como tú! ¡Y esta vez te has ganado lo que te dé!" |
Así iba la vida de estos dos seres que, sin saberlo, fueron atados por el futuro en una loca y casual cercanía de cada uno. Gabriel jamás renunció a la idea de devolver a Leviatán al camino correcto y esto sólo empeoró el desprecio que este último le consagraba. El carácter psicopático de Leviatán era universalmente conocido aunque la inmensa mayoría de la gente que conocía al par infernal se preguntaba cuándo Leviatán mataría a Gabriel, pero ciertos pensadores declararon con inteligencia que el Almirante jamás eliminaría al virtuoso porque sin él, no tendría más razón para vivir.
Un bello día, Leviatán, siempre intrigado frente a la templanza de Gabriel lo hizo venir. Cuando éste llegó, el vió a su padre, Vorian, atado a un pilar del bosque. El rencoroso marino le dijo que su padre había perdido todo un cargamento de peces, que era un mal elemento y que merecía una corrección. Leviatán comenzó entonces a golpear a Vorian, Gabriel le suplicó que parara, pero cuanto más él suplicaba, más Leviatán le daba de firme. Tan duro le dio que traspasó el vientre de Vorian en una explosión de sangre. Este último murió en seguida, siendo acompañado por las lágrimas de su hijo. Leviatán esperaba que Gabriel reaccionara y, ebrio de cólera, intentara vengar a su padre, pero no hizo nada, dio la espalda y dejó la pieza lanzándole al asesino que el odio y la cólera no le alcanzaban y que su fin estaba próximo. Añadió que Dios castigaría a Leviatán por sus pecados y que sería condenado a una eternidad de sufrimiento. Esta vez, no le dejó a Leviatán el tiempo de responder, se fue como alma en pena y el Almirante se preguntó entonces lo que debería hacer para que su eterno adversario se dignara darle la razón por fin con un golpe de gracia.
Así, durante largos años se encadenaron períodos de violencia y de odio, homicidio y asesinato infundado, el placer que proporcionaba a Leviatán matar y responder a sus arrebatos coléricos se volvió cada vez más intenso. No se encontró más con Gabriel durante mucho tiempo. Cultivó contra él un desprecio incomparable con lo que había podido ser hasta el momento. Los actos de piratería del almirante se hicieron leyenda en el mar de Oane y su reputación fue tan grande que al verlo le pagaban para que les ahorrara un barco. Abandonó de una vez para siempre la pesca y transformó su flota de barcos en equipos de piratas a su servicio, espumeando el mar contra vientos y mareas por su cuenta.
El castigo de Dios
Oanilonia se había hundido en el vicio y en el pecado. El odio, la guerra y la violencia hicieron su aparición y los hombres olvidaron definitivamente el amor del Altísimo, sólo a salvo siete virtuosos que siempre habían recomendado el amor a Dios y el amor al prójimo, cada uno de ellos tenía su propia virtud. La ciudad se había convertido en un verdadero infierno donde los fuertes y los débiles se mataban por el poder. La Criatura sin Nombre así estaba en la gloria y preparaba su venganza hacia el Altsísimo, probándole por los actos de los mortales que su respuesta era la correcta. Pero Dios, si Él era amor, estaba lejos de ser idiota. No había hecho a Sus niños para que se comportaran de ese modo, ni les había subordinado otras especies ni dejado la libertad de escoger su destino para elminarse unos otros de aquella manera y tomó la decisión de castigar a estos humanos que poblaban entonces Oanilonia, cuna de la civilización. Decretó que engullirían la ciudad los abismos de la tierra y los fuegos de divina sanción después de siete días. En su eterna mansedumbre, añadió que todos aquellos que se fueran serían liberados y qué los que hubieran hecho penitencia serían admitidos en el paraíso a su lado.
La Criatura sin Nombre decidió entonces regresar cerca de Leviatán porque ninguna persona había mostrado tanta cólera ni manifestado tanto odio hacia su prójimo. La Criatura pensó que con tal hombre, podría convencer a una gran multitud de adherirse al sentido que daba a la vida humana. Bajo la forma del teniente volvió cerca del sanguinario hombre para pedirle recomendar la cólera. Leviatán que había vivido sólo a través de la violencia y la locura aceptó, plenamente estaba de acuerdo con el hecho de que el fuerte dominaba la debilidad y así debería ser siempre. Para él, el amor estaba reservado para los débiles. El almirante, junto a otros seis hombres, decidió difundir el mensaje de la Criatura a la cual Dios no había dado nombre. Así, atracó sobre el puerto de Oanilonia por última vez y se bajó a recomendar la cólera. He aquí un extracto de una de las prédicas del almirante Leviatán reproducido por un superviviente de Oanilonia que dejó la ciudad maldita el sexto día:
Citation: | Leviatán : "El camino de los hombres está sembrado de obstáculos que resultan ser las empresas altruistas que hacen, sin fin, surgir la obra de los virtuosos. Bendito sea el hombre de buena voluntad que, en nombre de la cólera, se hace el pastor de los fuertes al que guía en el valle de sombra de la muerte y de las lágrimas porque es el guardián de su hermano y la providencia de los niños perdidos. Abatiré el brazo con una cólera terrible, de una venganza furiosa y horrorosa sobre las hordas impías que recomiendan y difunden el mensaje de Dios. ¡Y tú conocerás mi nombre porque es el almirante cuando cae sobre ti la venganza del pescador!" |
Seis días pasaron bajo el diluvio, la tormenta, el granizo y el viento, muchos fueron los que dejaron esta ciudad maldita en que se había convertido Oanilonia con la esperanza de sobrevivir al apocalipsis que iba a producirse allí. Pero, Leviatán se quedó, persuadido de que tenía razón y de que el amor no era el sentido de la vida. Predicaba todavía y todavía para decir que el fuerte dominaba al débil y declaró sin cesar que la cólera y el odio eran motivaciones salvadoras cuando eran manejadas como el hacía.
El almirante estaba convencido de que Dios no mataría a sus propias criaturas porque era débil y, según él, lo había probado dejándo a los hombres el libre albedrío. Inyectó en el corazón de los malvados la idea de que si Dios hubiera sido fuerte, habría tenido cólera y venganza en lugar de ser amor y templanza. Leviatán citaba el ejemplo de Gabriel que perdía, en sus declaraciones, su tiempo en recomendar la amistad, el amor y probaba por sus actos su falta de coraje. Muchos escucharon con interés las intenciones del marinero y muchos lo siguieron en su loca empresa y mataron a los que se negaban a escuchar a Leviatán, muchos fueron los que murieron durante estos largos seis días.
Pero, durante el transcurso de una acertada prédica sobre el puerto de Oanilonia, un hombre, el almirante Alcisde, vino para intentar imponer silencio a Leviatán. El hombre era un amigo próximo de Gabriel y contaba sin duda alguna años de injusticia. Había preparado con su amigo la evacuación de un gran número de ciudadanos por el mar. Leviatán, loco de rabia y de cólera al verse discutido, lanzó una viga enorme sobre el barco que inmovilizó a éste, abarrotado de hombres y de mujeres. Todos ellos iban así a perecer con Oanilonia. Leviatán asistió a la hazaña de Gabriel que salvó el barco y vió a los supervivientes gritar hurras a la atención de este último. Esto lo puso en un estado todavía más loco de rabia pero decidió irse antes que intervenir todavía frente a Gabriel.
Luego vino por fin el séptimo día, el último día de Oanilonia que iba a caer en el olvido y a quedarse en memoria de la humanidad sólo a los efectos de cuentos sagrados. La tierra se echó a temblar y fallas abiertas se abrieron por todas partes, llamas infernales surgieron de profundidades de la tierra y quemaron la ciudad. Leviatán había decidido sin embargo evitar la ciudad y había embarcado en el último momento sobre Kraken, su navío más rápido. Pensó escapar de la cólera del Altísimo navegando hacia el ancho mar. Fue allí dónde cruzó una última vez la mirada con Gabriel que permanecía sobre el puerto, Leviatán pensó que Gabriel estaba loco por creer llegado a este punto en el Todopoderoso y no comprendía pór qué había decidido dejarse llevar con la ciudad. Navegando a paso vivo y sacando los cables del puerto, Leviatán se consideró fuera del asunto pero los elementos se desencadenaron y un remolino terrible se formó alrededor de Kraken para acabar por engullirlo. Finalmente llegó el viaje de Oanilonia que desapareció en el abismo portada por las llamas purificadoras de la cólera del Altísimo.
Una eternidad de cólera
Leviatán, a ejemplo de los seis hombres que predicaron para la Criatura sin Nombre, y como todos aquellos que se quedaron en Oanilonia, pecadores o virtuosos, fue conducido delante del Altísimo. Hasta en este instante su cólera no se debilitó, sus ojos enrojecidos y estriados de venas no mostraban ningún apaciguamiento y su castigo fue terrible. Tenía hasta este punto encarnada la cólera que Dios lo envió sobre el infierno lunar con título de Príncipe Demonio, transformó su cuerpo con el fin de que fuera el pecado a través del cual había vivido. Así, Leviatán tomó la apariencia de un toro inmenso y musculoso con los ojos inyectados en sangre, soplando llamas por el hocico. Fue condenado a pasar una eternidad en las llanuras del infierno.
[Ilustración del Príncipe demonio Leviatán
Según las indicaciones de Sypous, autor anónimo]
En el momento del juicio final, los mortales se presentan a Dios. Según los actos, las palabras y los pensamientos que tuvieron en el curso de su existencia terrestre, y con arreglo al camino que han escogido, son enviados a sufrir una eternidad de tormentos al servicio de los Príncipes Demonios o a vivir una eternidad de placer al lado de los Arcángeles. Los que pecaron por la cólera y los que se entregaron al odio hacia el otro que hasta mataron y difundieron la desgracia, los que intentaron con todas sus fuerzas luchar contra su condición, vienen para unirse a las filas de Leviatán, Príncipe Demonio de la cólera.
Traducido del griego por monseñor Bender. B.Rodriguez |
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