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La vida de Aristóteles (Completo)

 
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Chapita



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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:39 am    Sujet du message: La vida de Aristóteles (Completo) Répondre en citant

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La Vida de Aristóteles

Dura es la tarea del que quiere sumergir su mirada en el abismo de los siglos pasados, y que busca por sus palabras mantener vivos en los corazones, los héroes antiguos. Si hay uno cuya vida merece ser contada, es Aristóteles, de quien las enseñanzas todavía iluminan nuestra vida y nuestra muerte.
Es por eso que yo, pobre fiel, espero contártela hoy. Si la sencillez de este relato te toca, si la figura noble del Sabio llega hasta tu corazón, entonces mi obra habrá hecho sonreír las fuerzas del cielo.


Introducción

Vida de Aristóteles el Sabio, servidor del Altísimo, al que el Verbo divino fue revelado y que anunció la llegada de la salvación y de la luz.



Capítulo I - El nacimiento


En aquellos tiempos, una gran noticia se difundió en la ciudad de Estagira: los astrólogos prudentes acababan de localizar un cometa desconocido en el firmamento. En seguida la asamblea de la ciudad se reunió en el ágora, intentando descubrir el mensaje que los cielos querían transmitir a los hombres. Desgraciadamente su corazón se oscureció por su fe errónea en falsos dioses, y se perdieron en sugerencias impías: para unos se trataba de la llegada de Hermes, el de los pies alados. Para otros, el rayo de Zeus iba a golpear en medio de los hombres, y los tiempos llegaban a su fin.
En la asamblea solamente un hombre callaba: su esposa estaba a punto de parir, y su angustia no le permitía intervenir. No era, sin embargo, el menos sabio, ni el menos escuchado. La nobleza y la paz se leía sobre su rostro, así como las señales de un trabajo duro y de una vida sin blandura.

Las discusiones acabaron sin que ninguna solución surgiera y el hombre regresó a su casa de prisa.

Allí, a lo largo de una cama de cuero, su mujer acababa de dar la luz un hijo. El hombre se acercó con respeto al recién nacido, lo agarró entre sus brazos, lo levantó hacia el cielo diciendo: "Fuerzas celestiales, os confío mi hijo. Dadle una vida recta y justa. Que su corazón sea puro, su inteligencia despierta y su virtud sin mancha. Que su sabiduría guíe sus pasos y sus pensamientos, con el fin de que su existencia sea como un roble sólido al amparo del cual los desamparados vengan para descansar". Volviendo a colocar el niño cerca de su madre, el hombre se arrodilló cerca de la cama y se quedó inmóvil durante un largo rato, contemplando silenciosamente a su esposa y su hijo.



Traducido por Su Eminencia Ubaldo de Ager
Revisado por Monseñor Eduardo d' Hókseme

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Chapita



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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:39 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo II : La revelación


Un día el joven Aristóteles, con tan sólo cinco años de edad, quiso sentarse cerca del templo del falso dios Apolo en su ciudad de Estagira. El templo estaba sobre una pequeña colina en el extremo este de la ciudad. Al niño le gustaba mirar las altas columnas de piedra blanca que se alzaban hacia el cielo azul.

Mientras se acercaba a los escalones del templo, se paró, como inmovilizado por una fuerza invisible. No comprendiendo lo que pasaba, regresó hacia la ciudad para llamar a su madre Phaestis, que estaba no muy lejos de allí. Pero sus labios no produjeron ningún sonido.

El terror empezó a inundar su alma, cuando un trueno rugió por encima del templo del falso dios. Un relámpago lo golpeó en su centro y se derrumbó a los pies del niño.

Luego una voz poderosa que hacía estremecer los cielos resonada en el espíritu de Aristóteles. Decía:
"Aqui está lo que mi fuerza reserva para los ídolos que se hacen honrar como dioses. Busca al Dios único, busca la Verdad y la Belleza, porque un día vendrá el que restaurará todo".

Emocionado el niño cayó inanimado sobre el suelo. Cuando sus ojos se reabrieron, estaba en la casa de su padre, y su madre cariñosamente estaba inclinada sobre él: "Hijo mío, ¿qué te ha pasado? Te encontramos cerca del templo derrumbado, con la cara mirando hacia el cielo. ¿Fue un dios quién se te apareció? ¿Quién destruyó el templo?"

Pero el niño no respondió nada. Se quedaba en silencio y miraba a su madre con los ojos de alguien que ve por primera vez.

Por fin él tomó la palabra:
"Madre querida, te lo ruego, dime: ¿qué es la verdad?"

La pobre mujer era bondadosa, pero desgraciadamente, su alma aún estaba llena de errores paganos, y no supo responder a esta pregunta. Se inclinó hacia la frente de su hijo, lo abrazó y le cerró los ojos con dulzura.

"Te quiero, hijo mío, ¿no es ésta la cosa más importante? Duerme ahora; mañana tu padre regresará de la guerra y tienes que estar descansado para recibirlo dignamente."

Y levantándose dejó el cuarto, con el espíritu lleno de angustia.



Traducido por Su Eminencia Ubaldo de Ager
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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:40 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo III: Diálogo sobre el alma. Primera parte:



Desde hacía algunos meses Aristóteles y su familia vivían en Pela, ciudad capital de Macedonia. Nicómaco, su padre, acababa de ser nombrado médico personal del rey de Macedonia, Amyntas II. Aristóteles crecía en sabiduría bajo la dirección encendida por su preceptor. Un día, mientras Aristóteles volvía de la palestra, se sentó sobre una fuente del patio interior de la casa paternal, y le pidió a su preceptor:

Aristóteles: "Maestro, ¿por qué maravilla el hombre puede pensar, mientras que los animales no pueden?"

Su preceptor, Epimaneo, le respondió:

Epimaneo: "¿Quién puede pretender leer el libro de la naturaleza y extraer los secretos de los dioses? Aristóteles, así te digo: no sabemos si los animales no piensan. El hombre piensa, eso es cierto. ¿Pero los animales? ¿Estamos, a caso, nosotros en su espíritu?"

Aristóteles: "¿No está de acuerdo noble maestro, que el hombre busca sin cesar la novedad?"

Epimaneo: "Sí, ciertamente, es raro ver al hombre quieto en un lugar, satisfaciéndose de lo que posee y de lo que sabe."

Aristóteles: "Desgraciadamente sí, es muy raro, y a menudo me pregunto sino sería mejor para el hombre ser feliz en la simple vida de los ancestros. Siempre esta búsqueda se encuentra sin cesar en el hombre. Pero dime, noble Epimaneo, esta búsqueda del hombre, ¿no es la prueba más evidente de su espíritu y su inteligencia?"

Epimaneo:"Entiendo lo que quieres decir: si el hombre no buscara sin cesar, entonces eso querría decir que se satisface de lo que recibió, que no innova, no piensa. En realidad solo esta curiosidad del hombre nos garantiza la existencia de su espíritu."

Aristóteles: "Efectivamente, es lo que quería decir. Veo que no tengo nada que enseñarte. Pero sigamos un poco. ¿Posees un bonito perro, es así? ¿Un galgo?"

Epimaneo: "Sí, un regalo de nuestro rey por mi comportamiento a su lado en la última guerra contra los invasores célticos. Estoy ligado a ello."

Aristóteles: "Te comprendo... Cuando educas a tu perro, ¿cómo lo haces?"

Epimaneo: "Es muy simple: le impongo hacer algo, y cuando lo hace correctamente le ofrezco una recompensa. Y si lo hace mal, es castigado ligeramente."

Aristóteles: "¡Perfecto!. Una vez conseguido, ¿siempre hará bien lo aprendido? Indicó que si no hace lo que se le pide, no será recompensado."

Epimaneo: "En efecto. Pero no veo dónde quieres llegar."

Aristóteles: "A esto, maestro: este perro tan noble y bien enseñado no hace lo que hace en virtud de lo que le enseñó. No lo hace por iniciativa propia, una vez educado no está ya en condiciones de cambiar. ¿No esta de acuerdo?"

Epimaneo: "Es cierto, para hacerlo cambiar sería necesario enseñarle de nuevo, y castigarlo mientras hace lo que antes era recompensado. Y el pobre se volvería loco. Sería escandaloso."

Aristóteles: "Sí. ¿Pero no dijimos que era la curiosidad del hombre y su capacidad para inventar nuevas cosas que ponía de manifiesto que el hombre tenía un espíritu?"

Epimaneo: "Dijimos eso en efecto. Y si, eso quiere decir que los animales, como mi perro, que no pueden cambiar de comportamiento por si mismo, no tiene el mismo espíritu que el hombre."

Aristóteles: "¡Exactamente! Se concluye que hay una diferencia entre el hombre y los animales. ¿Pero qué es? ¿Lo sabes tú?"

Epimaneo: "No, lo ignoro. ¿Quieres que busquemos juntos una respuesta a eso?"

Aristóteles: "¡Con mucho gusto! Pero no ahora, porque veo a mi padre volver de nuevo del patio del Rey, y tengo prisa por oír las noticias del palacio. ¡Que te vaya bien!"

Epimaneo: “¡Y a ti también, brillante discípulo!"



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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:40 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo IV: Diálogo sobre el alma. Segunda parte:



La tarde caía sobre la ciudad de Pela. Sólo se oían los cuchicheos de las mujeres que, al lado de los templos paganos, invocaban a los falsos dioses por la salud del rey. Éste, en efecto, estaba moribundo. Nicómaco, padre de Aristóteles, estaba al cabezal de su cama para atrasarlo y aligerar el peso del desdichado.

Aristóteles, con 14 años en aquel tiempo, vagaba por las calles de la ciudad, sin ver ni sentir lo que pasaba cerca. ¿Qué pasaría con su padre si el rey llegara a morir? Seguramente, él no estaba obligado por su responsabilidad, pero ¿quién podía saber lo que los cortesanos malintencionados podían idear y qué venganzas podían ejercer en aquellos momentos de interregno?
Paró al lado del templo de Perséfone. No creía en el poder de los dioses, que le parecían sólo marionetas muertas, pero él tenía allá, como una majestad secreta, aquella evocación de la diosa de los muertos en un momento como aquel.
Sintió que ponían una mano sobre su hombro. Era Epimaneo:



Epimaneo: "¿Rezas por el Rey, Aristóteles?"

Aristóteles: "¿Rezar? ¿A quién tendría que rezar y qué tengo que pedir?"

Epimaneo: "¿Qué tienes que pedir? ¡Pues que viva, evidentemente! Y si no crees en esta diosa... ¿crees en una fuerza superior que rige nuestra vida?"

Aristóteles: "¿Que viva? Morirá, todos lo saben mejor que yo. Nuestras oraciones no pueden devolverle ni la juventud ni la salud. Ha vivido mucho tiempo, y es la hora para que parta. No, si yo rezo, no será para que viva."

Epimaneo: "¿Y para que lo harás, pues?"

Aristóteles: "¿Qué hay, después de la vida, Epimaneo? Aquella alma única, que el hombre posee, y que nos diferencia de los animales, ¿sobrevive a esta vida?"

Epimaneo: "No lo sé, Aristóteles. Mi ciencia trata sobre la vida, y no sobre la muerte. Puedo decirte cómo vivir bien, cómo ser feliz y cómo conocer el día a día de los seres, pero no lo que hay después de la muerte."

Aristóteles: "¿Puedes decirme cómo vivir bien? Veamos. ¿No estás de acuerdo en que, para hacer un acto inteligente, hay que prever las consecuencias?"

Epimaneo: "Sí, seguro; esto evita cometer errores, actuar de mala manera o juzgar erróneamente las situaciones. Es importante, el hecho de prever."

Aristóteles: "Sí, se que me lo enseñas desde que soy joven. Pero, si quieres, tomemos un ejemplo: imaginemos que quieres casarte. ¿Estás de acuerdo que es un compromiso irrevocable y que tienes que escoger con cuidado?"

Epimaneo: "¡Muy seguro! Nuestras leyes no contemplan el divorcio, y creo que quien quiere casarse medirá perfectamente sus actos para que este matrimonio sea feliz; si no, ¡sería una auténtica locura!"

Aristóteles: "Piensas como yo que este matrimonio es preparado hasta el momento en que se tendrá que celebrar el solemne compromiso: procuran corregir sus carencias, ser amables y buenos para que el día del matrimonio todo ocurra de la mejor manera posible."

Epimaneo: "Si todos siguieran estos consejos habrían más matrimonios felices, pero creo que es lo que habría que hacer."

Aristóteles: "Me alegra que estemos de acuerdo. Pues, para vivir bien, hay que saber qué hay después de la muerte."

Epimaneo: "¡Oh! Esto no lo entiendo, ¿qué quieres decir?"

Aristóteles: "Es muy simple: como el matrimonio, la muerte es un acontecimiento definitivo. Hay que prepararse para ella con cuidado. Si hay una vida después de la muerte, entonces nuestra vida antes de la muerte hay que dedicarla a preparar esta vida después de la muerte; como con nuestra vida antes del matrimonio, que hay que preparar la vida posterior al matrimonio."

Epimaneo: "Veo donde quieres ir a parar. ¿Para ti la muerte no es sino un paso que conduce a otra vida?"

Aristóteles: "Sí, y nuestra vida presente hay que dedicarla a preparar esta vida futura."

Epimaneo: "¿Pero por qué esta vida futura tendría que ser más importante que la presente? ¿Y cómo puedes estar seguro, de su existencia?"

Aristóteles: "¿Recuerdas nuestra discusión sobre la diferencia entre los animales y los hombres?"

Epimaneo: "Sí, la recuerdo muy bien. Decías que hay una diferencia entre los dos, que el hombre era inteligente mientras que los animales no buscaban nada de nuevo."

Aristóteles:"Sí. ¿Pero como hace el hombre para buscar esto nuevo, para crear en sí mismo y en su entorno esto nuevo?

Epimaneo: "Bien, invirtiendo mi propia experiencia, diría que tengo ideas que me vienen y que no parecen venir de nadie más que de mí, y que yo reflexiono sobre estas ideas."

Aristóteles: "He llegado a la misma conclusión. Lo que me impresiona es que todo esto no proviene de lo que me rodea, sino de mí, de mi interior. O eso parece..."

Epimaneo: "¿Inmaterial no?"

Aristóteles: "Sí, inmaterial. No era la consecuencia de una impresión sensible, sino de una impresión inmaterial y espiritual."

Epimaneo: "Entiendo. ¿Pero qué conclusiones sacas de esto? Es evidente que estas impresiones vienen de nuestra alma."

Aristóteles: "Sí, pero esto significa que nuestra alma es inmaterial, porque aquello inmaterial no puede venir de lo que es material. Nadie puede dar lo que no tiene. ¿No estás de acuerdo?"

Epimaneo: "Sí, dicho así es comprensible. ¿Pero cuál es tu objetivo?

Aristóteles: "Mi padre es médico, Epimaneo, y me ha descrito a menudo la muerte: la materia se pudre, se desintegra con el paso del tiempo. Y miras lo que tienes cerca: la muerte siempre está marcada por la destrucción de la materia."

Epimaneo: "Sí, todo pasa en este mundo, y lo que nuestros antepasados construyeron ya ha desaparecido, casi."

Aristóteles: "Pero, si tomas algo que no está formado por materia, ¿esto desaparecerá?"

Epimaneo: "No creo: si esto no está formado por materia entonces no se puede desintegrar. Esto no morirá. Así, el pensamiento de un hombre como Pitágoras será eterno y todavía vivirá de aquí más de mil años."

Aristóteles: "¿Piensas, pues, que lo que es inmaterial no muere?"

Epimaneo: "Como todo el que he dicho aquí, creo que es algo demostrado."

Aristóteles: "Entonces nuestra alma, que es inmaterial, no tiene que morir. Cuando morimos, nuestro cuerpo desaparece, pero nuestra alma permanece. Y la vida del alma es la vida futura. Es la vida que nuestra vida presente, en nuestro cuerpo, tiene que preparar."

Epimaneo: "¿Entonces, el rey que muere vivirá?"

Aristóteles: "Sí, y para que su alma sea feliz en esa vida es por lo que rezaré esta tarde."

Epimaneo: "Rezaremos juntos, entonces."

Y, después de estas palabras, ambos amigos se separaron; Epimaneo se volvió al templo de Perséfone, mientras que Aristóteles se dirigió a la salida de la ciudad para pasear por el campo.


Traducido por Monseñor Eduardo d' Hókseme
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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:40 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo V - La andanza


A la edad de quince años, Aristóteles perdió a sus padres, su tutela fue confiada a un pariente cercano, Proxeno, el cual vivía en comarcas lejanas, entre Estagira y Atenas. El joven huérfano fue educado duramente en el cultivo de la tierra. Esta condición no le satisfacía mucho, convencido de que su espíritu era más capaz que sus manos. A menudo se encontraba con campesinos humildes, con los cuales Proxeno trabajaba. Admiraba, ciertamente, su gusto por la vida simple, lejos del lujo que, presintiéndolo, conducía ciertamente al vicio. Pero Aristóteles se asombraba de sus costumbres.

Un día, vio a uno de ellos hacer una oración. Aristóteles se acordó de su último diálogo con Epimaneo, y quiso tomar al campesino por defecto.


Aristóteles: "¿A quién ora, buen hombre?"

El campesino: "A los dioses, mi joven amigo."

Aristóteles: "¿A los dioses? ¿Pero quiénes son?"

El campesino: "Son Afrodita, Apolo, Ares, Artemisa, Atenea, Demetra, Dionisio, Hades, Hera, Hermes, Hefesto, Poseidón, y el más grande, Zeus. Cada uno ocupa un escaño en el Olimpo."

Aristóteles: "¿En el Olimpo? ¿Dónde esta eso?"

El campesino: "Es una ciudad maravillosa, posada en lo alto de un monte que nadie jamás ha escalado. ¿Ves el monte Atos? Pues, Olimpo es cien o mil veces más elevado, algo asi, creo."

Aristóteles: "¿Pero usted mismo, jamás ha intentado subir esta montaña? ¿No sería curioso ver con sus ojos estas divinidades a quien usted reza cada día?"

El campesino: "¡Oh no, joven hombre!. Soy solamente un campesino humilde. Mi sitio está aquí, no sobre el Olimpo."

Aristóteles: "¿Pero entonces, cómo puede creer en la realidad de estos dioses, si no comprobó en absoluto su existencia usted mismo?"

El campesino: "Porque se me enseñó que existían, y que era necesario que les rece para que mi cosecha sea mejor, y que mis vacas se vuelvan gordas."

Aristóteles: "He aquí una cosa bien extraña, usted no reza por amor por el divino sino por apetito terrestre. Pienso que es irracional buscar lo material en lo espiritual. Pero a decir verdad, no es solamente esto lo que encuentro irracional en lo que usted me dice."

El campesino: "¿Qué? ¿Todavía me criticarás?"

Aristóteles: "Bien, hay una cosa que no entiendo: ¿por qué puedes rezar a varios dioses?"

El campesino: "Así como te lo dije, es lo que se me enseñó, que eran varios, y así ha sido desde tiempos remotos."

Aristóteles: "He aquí una cosa que se complica inútilmente. ¿En lugar de varias divinidades, no sería más práctico alabar sólo a un único dios?"

El campesino: "Tú empiezas a cansarme, joven viajero. ¿Te planteo yo cuestiones? ¿Te digo algo sobre si te pones calzones o pantalón? Ahora, déjame con mis meditaciones."

Aristóteles: "No, no lo haré. Primero tiene que admitir que rezar a un solo dios sería más lógico. ¿Qué esperamos de un dios, sino que sea muy poderoso y omnisciente, siendo uno? Dar gracias a varios dioses, es como fragmentar en tantas partes el poder que uno solo podría reunir en él. Creo que la unidad es preferible a la división."

El campesino: "Quizás."

Aristóteles: "No, ciertamente. El divino es un Todo único y el divino es la perfección, pues la perfección es unidad. La unidad es la forma ideal de las cosas."

El campesino: "En fin, joven hombre, yo soy demasiado estúpido para entender tu jerga. Estoy lejos de ser un letrado. ¿Si te doy un consejo, me dejarás en paz?"

Aristóteles: "Sí, eso me conviene."

El campesino: "Toma el camino de Atenas, si Proxeno te lo permite, y encontrarás allí a un profesor que sabrá escucharte. Su nombre es Platón."

Aristóteles: "Gracias, buen hombre."

Y Proxeno, después de enviar a Aristóteles a Atenas, a los dieciocho años recién cumplidos, estaba muy feliz de que dejase en paz a este pobre campesino.



Traducido por Su Eminencia Ubaldo de Ager
Revisado por Monseñor Eduardo d' Hókseme

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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:41 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo VI- El Maestro.


Aristóteles, después de días de un viaje agotador, entró, finalmente, a la ciudad ateniense. Lo que vio allá lo dejó estupefacto. La ciudad era maravillosa y la arquitectura de una pureza soberbia. Las columnatas se desplegaban en una armonía que deleitaba el espíritu. En cada esquina de las plazas, mercados populares atestiguaban la actividad formidable y comercial que reinaba allá. había multitud de jardines, y se podía ver pequeños grupos de filósofos, que se complacían con los sofismas entre exuberante vegetación, fuentes de un encanto indescriptible y rocas milenarias. Un templo magnífico en una meseta dominaba la ciudad.

Aristóteles estaba muy impresionado, pero acabó encontrando la academia donde enseñaba el ilustre Platón. La magnificencia del lugar lo consternaba y, como un alucinado, erraba por los inmensos pasillos de mármol de la nave. Sus pasos lo condujeron hasta una pesada puerta, sobre la cual se podía leer "Escolaridad: segundo ciclo". Aristóteles nunca había visto nada igual y se preguntaba qué podía significar aquella misteriosa formulación, pero decidió entrar para preguntar allí su camino. La acogida fue muy desagradable. Mujeres viejas y antipáticas le dijeron despectivamente que "el profesor Platón tenía que dar un curso para el tercer año, al fondo del pasillo a mano derecha, después a la izquierda, después dos pasos a la derecha, todo recto y, finalmente, subiendo la escalera B". Por último, una de ellas le dio a entender a Aristóteles, con una mirada sombría, que tenía que abandonar aquel lugar de seguido.


Después de muchas peregrinaciones, y caras despectivas por parte de los discípulos, a los cuales preguntaba durante su trayecto, Aristóteles llegó, finalmente, al aula Magna, donde hace una intrusión observada por el profesor.


Platón: "¿Cuál es tu nombre, joven?"

Aristóteles: "Aristóteles"

Platón: "Muy bien, Aristóteles. Sabes que no acepto a nadie en mi curso que primero no haya superado un examen."

Aristóteles: "Estoy preparado..."

Platón: "Bien, Aristóteles. Si te admito a mis clases, te enseñaré los rudimentos de la lógica y más, si tu inteligencia lo permite. Pero primero, tienes que saber desprenderte de lo que consideras como seguro. Un buen filósofo confía sólo en su propia razón y tiene que ser capaz de desmontar los raciocinios depravados de los sofistas para tener un conocimiento perfecto de las cosas de este mundo. Escucha bien esto: "Ningún gato tiene ocho colas. Un gato tiene una cola más que ningún gato. Por tanto, un gato tiene nueve colas."

Aristóteles escuchaba atentamente.

Platón: "¿Entonces, puedes demostrarme la absurdidad de este silogismo?"

Aristóteles reflexionó durante un instante y después hizo el siguiente enunciado:

Aristóteles: "Bien, continuamos el razonamiento. Un gato tiene que tener nueve colas, por lo cual un gato tiene nueve colas más que ningún gato. Y cómo ningún gato tiene ocho colas, entonces un gato tiene que tener diecisiete... "

Platón: "Bien."

Aristóteles: "Si se gira el razonamiento sobre sí mismo, éste acaba contradiciéndose. El enunciado que acontece como conclusión, entonces, sólo puede ser falso."

Platón: "Es notable, joven. Veo que no hay que enseñarte el arte del silogismo, porque es innato en ti."

Y Aristóteles fue feliz por haber satisfecho a su nuevo profesor.




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Capítulo VII - La Ruptura.


Aristóteles seguía la enseñanza de Platón con afán. Lo que el maestro decía, el alumno lo aprendía como inalterable verdad. Las grandes capacidades de Aristóteles lo habían hecho el discípulo preferido de Platón, y cuando el maestro enunciaba un principio, el alumno encontraba siempre el medio de garantizar la exactitud, a través de algunas reflexiones o ejemplos bien seleccionados.

Pero un hermoso día, el maestro y el alumno tuvieron su primera tirantez, mientras que Platón afirmaba lo siguiente:



Platón: "Así, las ideas son una creación abstracta de nuestro intelecto. Tienen una existencia que les es propia."

Aristóteles: "¿Que quiere decir, maestro? ¿que no existen tantas cosas como ideas?"

Platón: "Sí, eso es lo que quiero decir, brillante discípulo."

Aristóteles: "Pero por lo mismo, afirma que existen cosas sin que una idea se asocie, y viceversa."

Platón: "Efectivamente, la idea es el producto de la conciencia, y la cosa de aquello que es real. Son dos objetos que conviene distinguir."

Aristóteles: "Bien, es una propuesta extraña, querido maestro, de disociar así lo que está indudablemente vinculado."

Platón: "¿Qué quieres decir?"

Aristóteles: "Que una idea no puede existir sin la cosa a la cual se refiere."

Platón: "¿Pero qué haces tú de la abstracción, Aristóteles?"

Aristóteles: "La abstracción es una ilusión, querido maestro. La idea solo viene al espíritu mientras exista la cosa. Somos parte de un conjunto, y si un elemento se vuelve inteligible, está bien porque existe."

Platón: "Pero para tal afirmación, niegas el poder creativo del espíritu."

Aristóteles: "El espíritu no hace más que observar y constatar. Las ideas no son más que la facultad del hombre de ver lo que lo rodea. No hacen más que volver inteligible la esencia de las cosas. Y por extensión, las cosas que son inteligibles al hombre no son más que una copia de las ideas que él se hace. No existe nada fuera de la inteligibilidad."

Por lo tanto, la ruptura se consumió entre el maestro y el discípulo. Aristóteles, manteniendo no obstante un respeto a Platón, que conservó intacto hasta su muerte, tomó la decisión de alejarse de su profesor, y dejó Atenas.



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Capítulo VIII - La unidad de Dios.



Aristóteles, que se sentía en edad de madurez filosófica, y emancipado de la tutela de su maestro, decidió que era hora de fundar su propia escuela. Sabía que Hermias, su viejo amigo y señor de Atarnea, había reunido un pequeño cenáculo de antiguos alumnos de la academia de Atenas en Axos, sobre la costa del Tróade. Aristóteles decidió dirigir esta enseñanza, y funda así su primera escuela.

La academia de Aristóteles tenía gran éxito. Alumnos de toda Grecia fluían para recibir las luces del maestro. Un día de primavera, un discípulo prometedor fue a encontrarse con Aristóteles.


El discípulo: "Maestro, he pensado mucho, hasta el punto de no dormir, y tengo todavía una cuestión que golpea ligeramente mi espíritu juvenil."

Aristóteles: "Te escucho. Dime qué es lo que te preocupa."

El discípulo: "Maestro, nos enseñas que el universo es dinámico; enseñas que si la esencia es estática, la forma es móvil como una ola sobre la superficie del agua."

Aristóteles: "Sí, es verdad."

El discípulo: "Pero maestro, según este principio, a todo acto corresponde una potencia, como usted dice; y entonces, a todo efecto le corresponde una causa."

Aristóteles: "Ciertamente."

El discípulo: "Entonces, maestro, si remonto en el orden de los efectos y causas, yo solo debería conseguir una única causa para todos los efectos. Ahora bien, excepto su respeto, es notorio que los dioses son varios. Así pues, según su teorema, el mundo solo debería ser caos, ya que desde el principio, las causas son múltiples y no se conciertan en voluntad. A menos de postular que todos los dioses no son los efectos más que de uno sólo, potente sobre todo. ¿Puede aclarármelo?"

Aristóteles: "Pero, querido discípulo, la solución se encuentra en la declaración del problema. Razona un poco, mi amigo. Tienes los principios de la dialéctica y el silogismo. Hay, en tu exposición, un elemento exógeno, y parásito, es decir lo que califica de conocimiento público. Yo ya lo dije, somos filósofos, y no se puede alcanzar la verdad sino por la acción de nuestro espíritu que califica la sustancia, no tomando algunos postulados por dinero en efectivo."

El discípulo: "¿Qué quiere decir, maestro?"

Aristóteles: "Quiero decir que si te remontas al orden de las causas y efectos, encontrará la causa final, la inteligibilidad pura, como tú lo has dicho. Así pues, si es notorio que dioses son varios, eso no es menos falso, ya que tal afirmación no resiste al examen lógico de la propuesta."

El discípulo: "¿Puede ser más claro, maestro?"

Aristóteles: "Ciertamente, puedo, por este silogismo infantil: una causa final es una inteligencia pura, una divinidad. Si se remonta el orden de las causas y efectos, se encuentra una única causa final. Pues Dios es único."

El discípulo: "¡Ah, eso entonces!"

Aristóteles: "Yo no te lo hago decir, querido discípulo. Dios solo es uno, esta energía inmóvil del mundo, esta voluntad perfecta que es la fuente de toda sustancia, de todo movimiento. Dios es la finalidad cósmica del universo."

Y el discípulo regresó a sus quehaceres, satisfecho con la respuesta de su maestro...



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Capítulo IX - La naturaleza de los astros.



En un día sin nubes, Aristóteles invitó a sus discípulos a admirar la bóveda celeste. Todos se maravillaban de la belleza de los astros, brillando como antorchas sobre un cielo de tinta. El maestro mostraba a sus alumnos cómo las estrellas tienen un movimiento característico. Pero algunos comenzaban a tener frío y querían regresar a dormir.

Sargas: "Maestro, ¿no sería más aprovechable para nosotros discutir y estudiar antes que estar holgazaneando aquí fuera?"

Aristóteles: "Piensas, entonces, que holgazaneamos. ¿Tú no crees que las esferas celestiales son las cosas más perfectas que existen?"

Sargas: "No lo sé."

Aristóteles: "¿Cómo se desplazan los astros, me lo puedes decir?"

Sargas: "Maestro, se desplazan en círculos, fíjese que están sobre esferas cristalinas y transparentes."

Aristóteles: "Bien. Y la Tierra, ¿cuál es su forma?"

Sargas:"La observación de las estrellas en el horizonte, en un viaje o en un barco, nos muestra que es redonda."

Aristóteles: "Entonces escuchas exactamente mis lecciones. La Tierra es esférica, y el cielo consta de esferas que soportan los astros. El círculo y el movimiento circular están por todas partes. Ahora bien, ¿qué movimiento es más perfecto que el movimiento circular?"

Sargas: "Ninguno maestro, ya que se basta a sí mismo y traduce la continuidad. El movimiento circular es el movimiento perfecto por excelencia."

Aristóteles: "Ahora bien, un movimiento perfecto no puede ser producido sino por una potencia perfecta. ¡Y la única potencia perfecta, es Dios! Queridos discípulos, la observación de los cielos nos permite comprender cómo se disponen las esferas celestiales. Y esta perfección lleva la marca de Dios."

Sargas: "Tiene razón, maestro, gracias para esta lección."

Aristóteles: "¡No me lo agradezca, agradécele a los astros! Tenga, tome esta pieza y vayamos a buscar un poco de vino en Oinos "

Sargas: "Yo voy, maestro"

Sargas volvió de nuevo con vino para todos los discípulos. Y se quedaron un rato más contemplando las estrellas.



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Chapita



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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:43 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capítulo X - La moral.



Un día duro de invierno, un discípulo, que había alcanzado el final de su enseñanza, fue a encontrarse con Aristóteles, antes de dejar el colegio.

El discípulo: "Querido maestro, ahora que voy a estar solo, hay una cosa que quisiera saber."

Aristóteles: "Te escucho, brillante discípulo."

El discípulo: "Usted me formó extraordinariamente en el arte de la lógica y de la ciencia metafísica, pero no me dijo nada sobre la moral."

Aristóteles: "Dices la verdad, amigo mío. Es en efecto una laguna de mi enseñanza. ¿Qué quieres saber exactamente?"

El discípulo: "Es importante para un hombre, creo, saber diferenciar el bien del mal, con el fin de atenerse a las normas que conducen al primero, y que permiten evitar el segundo."

Aristóteles: "Cierto."

El discípulo: "Lo que me conduce a esta simple cuestión, maestro, ¿qué es el bien?"

Aristóteles: "Es un problema al mismo tiempo extenso y de una simplicidad límpida como el cristal. El bien, en su principio, es la perfección de la naturaleza del objeto, de su sustancia."

El discípulo: "¿Pero por qué, querido maestro?"

Aristóteles: "Porque el bien último reside en el divino, sin ninguna duda. Y para identificar el bien, basta pues con dedicarse al análisis de la energía del divino. La sustancia del todo potente es inteligiblemente pura y perfecta, el bien no puede ser sino perfección de la sustancia, y en consecuencia de la naturaleza de una cosa. ¿Comprendes?"

El discípulo: "Sí, querido maestro, comprendo."

Aristóteles:"Te enseñé, querido discípulo, que la naturaleza de una cosa reside en su destino, puesto que el movimiento revela la sustancia del objeto. ¿Sabes entonces cuál es la naturaleza del hombre o no lo sabes?"

El discípulo: "Ciertamente, maestro, la naturaleza del hombre es vivir en colectividad, y esta colectividad toma el nombre de ciudad."

Aristóteles: "Totalmente. El bien del hombre, es decir, lo que tiende a realizar la perfección de su propia naturaleza, es pues, una vida dedicada que debe garantizar las condiciones de la armonía en la ciudad. Ahora bien, el bien de la ciudad, es todo lo que participa en su equilibrio, puesto que la naturaleza de la colectividad es perpetuarse. Entonces, puedo constatarlo, el bien del hombre es conducido al bien de la ciudad."

El discípulo: "¡Es notable!"

Aristóteles: "En efecto, lo es. Mira, el hombre solo hace el bien integrándose plenamente en la ciudad, participando en la politeia, y haciendo lo posible para mantener la armonía."

El discípulo: "Entonces, querido maestro, ¿el hombre de bien es el ciudadano?"

Aristóteles: "No dije eso, mi querido discípulo. Un esclavo puede ser un hombre de bien, si tiene conciencia de su propia naturaleza de hombre, y que sabe satisfacerse con su condición, ya que así él, de esta manera, mantiene el equilibrio de la ciudad. La politeia no es más que la participación en las asambleas."

El discípulo: "Bien, querido maestro, estas son las respuestas que me satisfacen."

Aristóteles: "Me alegro, mi amigo."

Y sobre esto, Aristóteles no habló más a su discípulo que, según la leyenda, vivió una existencia ejemplar, inspirada por los principios de la virtud.



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Chapita



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Capítulo XI- El sueño.



Una mañana, Aristóteles parecía preocupado. El fiel Sargas, que solía estar por la academia desde hacía meses, fue a su encuentro para preguntarle por su estado de ánimo. El maestro le respondió...

Aristóteles: "Esta noche, mi querido discípulo, he tenido un sueño."

Sargas: "¿Ah sí, maestro? Cuéntemelo."

Aristóteles: "Ciertamente. Soñé que en Oriente existía una ciudad maravillosa."

Sargas: "¿Qué clase de ciudad?"

Aristóteles: "Una ciudad ideal, perfecta, donde todos vivían en una fabulosa armonía. Su equilibrio era tan sólido que nadie habría podido romperlo, ni siquiera con la llegada de un extranjero como lo he estado imaginando. Yo entraba, importando aún mis costumbres, que diría ahora corrompidas, pero me acogieron como un hermano."

Sargas: "¿Cuáles eran sus principios, maestro?"

Aristóteles: "Esta ciudad se organiza según el principio de tres círculos concéntricos, o tres clases de ciudadanos si lo prefieres así.

Comenzaré por describirte lo que constituye la más baja de estas clases, es decir la de los productores, la clase de bronce. Constituyen la mayoría, y viven pacíficamente del cultivo de sus campos y la cría de sus animales. Toman lo que es necesario para su subsistencia, y para la de sus familias, de su propia producción, y dan el resto a las clases superiores. Si estos hombres constituyen la base de la ciudad, su suerte es sin embargo envidiable. Conocen las alegrías de la paz, de una existencia simple al servicio de la colectividad. Se dedican a la actividad física que exige un trabajo regular, y que mantiene su cuerpo en condiciones, cubren su tiempo libre con la contemplación de las cosas de la naturaleza, con la educación de los niños que esta gente considera altamente, y con el rezo, dirigiendo sus alabanzas a Dios que les dio los placeres de los que son beneficiarios.

La segunda clase de ciudadanos, la clase del dinero, es la de los encargados, de los soldados. Están autorizados a la ociosidad, y aprovechan, en tiempo de paz, de una subsistencia gratuita que les proporcionan los productores. Filosofean, admiran también los beneficios de la naturaleza, no le dan importancia a su edad, se implican en el manejo de las armas. En tiempo de guerra, son los más entusiastas en la defensa de la ciudad. Su valor no tiene igual, y darían su vida, sin vacilación, para la conservación de la comunidad, o para defender a los creyentes que aprecian mucho. Y a la vuelta de los combates, se acogen como héroes. Ponen sobre sus cabezas coronas de laurel, se les trata como príncipes, y se realizan fabulosos banquetes en su honor. Son llevados en triunfo por el pueblo, y por las mujeres.

La tercera clase de ciudadanos es la de los filósofos reyes, la clase de oro. Son los más antiguos, mostrando ser los más valientes, los más aptos en el orden, y los más dotados en materia de filosofia. Su bien es solo la razón, ya que son liberados de sus posesiones terrestres. Su fe en Dios es su única arma. Se ilustran por la práctica de las virtudes de la manera más perfecta. Son un ejemplo para todos, y el pueblo es feliz de sacrificar un poco de su propiedad para garantizar la supervivencia de sus maestros. Los filósofos reyes constituyen el Gobierno de la ciudad. Deciden colegialmente sus destinos. Son también los ministros del culto rendido al Todopoderoso, es donde reside su legitimidad. Tienen su poder tal como lo inspira el Altísimo, en parte por su condición de sacerdotes. Organizan el conjunto de la ciudad, planifican la producción, hacen justicia, y legislan.
"

Sargas: "Por mi fe, he aquí una formidable ciudad que usted me describe."

Aristóteles: "Cierto, es verdad. Y tengo mi propia convicción de que debe existir, en alguna parte."

Sargas: "¿Cree usted, maestro? ¿No es un simple sueño?"

Aristóteles: "No. Creo más bien que se trata de una premonición, y quiero asegurarme por mí mismo. Terminó mi tiempo aquí, y tu condición de discípulo, vas a pasar a maestro. El colegio te pertenece."

Sargas: "¿Cómo, maestro? ¡Pero tengo aún mucho que aprender!"

Aristóteles: "De mí no, mi querido amigo."

Y el maestro, siempre tan grave, dejó a Sargas desconcertado, para interesarse por los preparativos de su viaje a Oriente...



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Capítulo XII – El ermitaño



Aristóteles caminaba por Ática mientras visitaba a un pariente lejano que vivía en Tebas. Estaba solo, habiendo dejado la responsabilidad de su escuela a sus mejores alumnos. Pero en una bifurcación, se equivocó de camino y en lugar de regresar a la llanura y la ciudad, se adentró en las colinas. Al cabo de dos horas de marcha, se dio cuenta de su error y divisó una vivienda solitaria. Decidió ir allí para pedir consejo sobre el camino a seguir.

A medida que se acercaba, se dio cuenta que lo que de lejos parecía una casa no era más que una pobre cabaña adosada a los peñascos, enmascarando groseramente la entrada de una cueva.

Golpeó a la puerta y llamó, entonces le vinieron a abrir. El hombre, anciano, estaba apenas vestido, y solamente con trapos. Estaba delgado e hirsuto.


Aristóteles: " Buenos días, viejo hombre. Me perdí y busco el camino a Megara. "

Ermitaño: " Si vas allá, estarás perdido. "

Aristóteles: " No tengo ningún recuerdo de que la ciudad o los caminos en los alrededores estén poblados de bandidos. "

Ermitaño: " ¿Quién habla acerca de bandidos?, están habitadas por seres humanos, es bastante peligroso ya... "

Aristóteles comprendió entonces que estaba tratando con un ermitaño.

Aristóteles: " Dime, ¿eres feliz?

Ermitaño: " ¿Si soy feliz? ¡Y cómo! Tengo todo lo que me hace falta: el agua del río, los olivos, un pequeño jardín. Y ya que no soy torpe con las manos, fabrico lo que necesito. No necesito nada, ni a nadie. Soy perfectamente feliz. "

Aristóteles: " Un hombre no puede contentarse con tal vida. O entonces no es plenamente un hombre. "

Ermitaño: " ¡Tonterías! Soy el mejor de los hombres. "

Aristóteles: " ¿Cómo lo sabes? Tú que no conoces a los demás? Ser un humano, es vivir según la virtud. Y la virtud es una práctica que sólo se puede expresar con los demás. Vives muy bien, cierto, pero no practicas ninguna virtud ya que no hay nadie con quien puedas practicarla. Vives como un oso, independiente. ¿Pero has visto a un oso dar prueba de virtud? No eres un hombre feliz ya que ni siquiera eres un humano. Un humano tiene amigos, ¿dónde están los tuyos? "

Ermitaño: " Mis amigos son la naturaleza, mis olivos, mis verduras. "

Aristóteles: " Una amistad verdadera se hace entre iguales. Eres pues igual a un olivo: plantado e inmóvil. Sobrevives al margen de la Ciudad en lugar de participar como los otros Seres Humanos. ¡Entonces te dejaré echar raíces, adiós! "

Y Aristóteles siguió su camino, hasta llegar a Megara.



Traducido por Caris Altarriba i Castán
Revisado por Padre Prior Jesús Alfonso Froissart del Campo.


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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:43 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capitulo XIII - La recepción de Polyphilos



Aristóteles había sido invitado a una recepción en casa de un vendedor ateniense que también desempeñaba las funciones de arconte. Su nombre era Polyphilos. Era un hombre rico y poderoso y estaba apasionado por la filosofía. Él venía a menudo a escuchar a Aristóteles, tan a menudo como sus deberes y su estado le permitiera. Su casa estaba llena y las mesas rebosaban de comida.

Aristóteles sostenía un vaso de vino que acababa de llenar del cráter. Mientras tomaba una hoja de vid rellena, Polyphilos se le acercó.


Polyphilos: "Aristóteles, querido maestro. ¿Cómo encuentra la recepción?"

Aristóteles: "Le confieso que prefiero los comités más pequeños, no hay consenso aquí. Sin embargo su casa es preciosa y el banquete es digno de los más grandes reyes."

Polyphilos: "Gracias por los cumplidos. Pero nada es demasiado bueno para mis amigos y me gusta tenerlos a mí alrededor."

Aristóteles: "¿Toda esta gente aquí son sus amigos?"

Polyphilos: "Desde luego. Nadie entra aquí si no es mi amigo."

Aristóteles: "Veo sin embargo a gente de todas clase sociales y que ocupa funciones diversas en la ciudad."

Polyphilos: "¿Qué importa?, no soy altivo. Dejo esto a los nuevos ricos."

Aristóteles: "Por cierto, es todo a su honor. Pero no puede tratarse de amistad verdadera. Un verdadero amigo es un igual porque la amistad debe ser perfectamente recíproca y equitativa. Si no es así, esto no es amistad, sino la participación de beneficios. Un rey no puede esperar nada de un mendigo pues es incapaz de ayudar cuando sea necesario, la ayuda mutua es la base de la amistad. Así pues no hay amistad posible entre personas muy desiguales."

El joven hijo de Polyphilos se había acercado.

Eumónos: "Se lo repito sin cesar a mi padre. Esta gente no son sus amigos y debe distanciarse."

Aristóteles: "Esto sería caer en el exceso inverso, joven hombre. La amistad es el mayor bien del hombre. Crea vínculos en las comunidades y estas a su vez forman la ciudad. La amistad y las relaciones sociales permiten que el ser humano pueda participar en los asuntos cívicos. Y así como la virtud cardinal del hombre es la participación en la ciudad, la amistad es una cosa esencial."

Eumónos: "Pero, ¿cómo encontrar a un igual perfecto?"

Aristóteles: "No es necesario. Es especialmente importante que el incentivo no sea muy pronunciado en las manos de unos codiciosos. El medio justo, el de la virtud, es saber rodearse de amigos verdaderos, de gente que puede contar con usted y con la que usted puede contar."

Polyphilos y Eumónos asintieron con la cabeza para mostrar su acuerdo. Aristóteles se retiró unos pasos antes de volverse.

Aristóteles: "Estas hojas de vid son deliciosas, tan deliciosas como el consejo de un amigo, ¿no le parece?"




Traducido por Caris Altarriba i Castán
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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:45 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Capitulo XIV - El joven filósofo



Aristóteles estaba en el ocaso de su vida. Su reputación se había extendió más allá de los mares que circundan Ellade. Al viejo maestro le gustaba caminar en los campos que lindan con Atenas y un día, al pasar la puerta occidental, se observó un grupo de jóvenes sentados en un jardín. Uno de ellos estaba de pie debajo de un olivo, parecía conducir la discusión. Si la vejez había embotado el cuerpo de Aristóteles, su espíritu y curiosidad se agudizaron, al igual que la hoja de un cuchillo escita. Se acercó al grupo. Entonces se dio cuenta de que estaban hablando de la filosofía.

Un joven:"Oh Epicuro, háblanos de los dioses."

Epicuro: "¿Qué es un dios si no es un ser perfecto y, por lo tanto, perfectamente feliz?. Y si ellos son perfectos, son incorruptibles, por lo que su felicidad es eterna. ¿Por qué los dioses se preocuparían de nosotros? Hay que ignorar a los dioses porque no tienen interés en regresar a nuestra pequeña sociedad."

Aristóteles: "¡Qué tonterías!"

Mientras que ellos todos se giraron para ver quién había pronunciado estas palabras, Aristóteles se acercó, divisó una piedra y se sentó.

Epicuro: "¿Usted no está de acuerdo con lo que acabo de decir?"

Aristóteles: ¿Cómo podría?, ¡Es falso! Usted dice que los dioses son perfectos, ¿no? Pero piensen en qué es la perfección. La perfección no es sólo física sino también moral. Un dios tiene que ser necesariamente perfecto moralmente, tan virtuoso y tan bueno.

Epicuro: "Pero no importa que sea bueno. Es tan perfecto que no se preocupa por nosotros."

Aristóteles: "Muy por el contrario, su perfección le obliga a preocuparse por todo, de lo contrario carecería de algo y sería imperfecto. Y usted habla de los dioses, sin embargo, existe solo uno. ¿Cómo podría existir un ser perfecto al lado de otro? Del mismo modo, es perfecto, es único, ya que cualquier otra perfección que la suya propia no puede ser suprimida."

Epicuro: "La singularidad puede generar multiplicidad. Si su ser perfecto existe, nada puede existir al lado."

Aristóteles: "El argumento es hermoso, pero no tiene sentido, porque es obvio que existe, y, obviamente, existe Dios. Incluso me atrevería a decir, nuestra existencia implica la de Dios. Todo efecto tiene una causa. La existencia misma debe tener una causa y ésta, a su vez, tiene una... Si queremos evitar la regresión infinita, hay que postular una causa primera. Entonces, ¿tal vez esta causa primera no sea la primera si no la de un ser tanto perfeccionado que no puede tener ni principio ni fin? Esta causa es la fuente de todas las causas. Esta discusión, sin embargo, tiene varias causas."

Epicuro: "Me intriga..."

Aristóteles: "Entonces es menos limitado de lo que pensaba. Escuche con atención a las causas de nuestra discusión. La causa material es usted ya que usted está aquí y sus palabras han provocado esta discusión. Eres la materia prima. La causa eficiente, soy yo porque fui yo quien instiló en ti un poco de sabiduría. Soy el artista. La causa formal es la dialéctica, la cual todavía tiene que aprender a dominar. Es la técnica del arte. Y la causa final es la verdad que se asienta en tu alma. Es el trabajo realizado."

Aristóteles se puso de pie, mientras que el joven filósofo no tenía nada que responder. Se sacudió el polvo de su túnica y se fue sin decir una palabra. Al llegar a cierta distancia, levantando la mirada al cielo, pronunció estas palabras:

"Este joven llegará muy lejos. Sus ideas corren peligro de propagarse rápidamente. Esperemos que los vengan detrás de mí sigan mi trabajo y acosen esta corriente de pensamientos."




Traducido por Caris Altarriba i Castán
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Dernière édition par Chapita le Jeu Fév 27, 2014 9:22 pm; édité 1 fois
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MessagePosté le: Mar Fév 18, 2014 2:51 am    Sujet du message: Répondre en citant

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    Las nuevas enseñanzas de Aristóteles

    1ª enseñanza
    Así pues, la sabiduría es una disposición que actúa como vía hacia un mediador relativo, el cual, racionalmente está determinado como lo determinaría un hombre prudente. Es un mediador que equidista entre dos excesos y lo es también en algunos de estos excesos que están debajo y otros que están "encima", de "lo que es necesario" en el dominio de los afectos tanto como de las acciones, mientras que la sabiduría descubre y escoge siempre la posición media.

    2ª enseñanza
    El intelecto es algo divino en comparación con el hombre, la vida según la razón es también divina comparada con la vida humana irreflexiva. No hay que escuchar pues, a quienes aconsejan al hombre, porque quien es hombre limita su pensamiento a las cosas humanas y a las cosas mortales. Pero el hombre debe, en la medida de lo posible, inmortalizarse para la búsqueda solar, y hacer todo lo posible para vivir según la parte más noble que hay en él

    3ª enseñanza
    Absteniéndonos de los excesos conseguimos actuar con templanza, y habiéndolo hecho nos volvemos más capaces para abstenernos de ellos; lo mismo para el coraje: es acostumbrándonos a despreciar el miedo y a resistir, lo que nos vuelve más valientes, y habiéndolo hecho seremos más capaces de resistir al miedo.

    4ª enseñanza
    Un hombre ebrio de vino cae hacia delante porque siente pesada su cabeza, pero un hombre ebrio de cerveza cae para atrás porque, propiamente dicho, está muerto. El vino también hace a la gente muy afectuosa. La prueba está en que el hombre ebrio besa, hasta en la boca, a aquellos a los que no besaría si estuviera en ayunas.

    5ª enseñanza
    El Logos ordenó el universo a partir de los 4 elementos, luego lo dotó de una alma para moverlo todo. Después dispuso de estos elementos unos con respecto a otros, de tal modo que el fuego está en el aire, el aire está en el agua, el agua está en la tierra. Después, el Logos los englobó en divino éter unificador.

    6ª enseñanza
    La lógica nos demuestra que todos los hombres son naturalmente deseosos de saber. Saber es el resultado de la demostración racional, porque la demostración es el silogismo que produce el saber. Para satisfacer este deseo natural en el hombre, la demostración lógica se vuelve necesaria; porque el efecto, como tal, no puede existir sin la causa.

    7ª enseñanza
    Si tengo un predicado mayor que dice que: todos los hombres son mortales; si mi prédica menor postula que: todos los griegos son unos hombres; la conclusión de mi silogismo lógico es que: todos los griegos son mortales. Pero en realidad, la finalidad sutil de estas afirmaciones silogísticas es poner de relieve la inmortalidad del motor supremo del mundo.

    8ª enseñanza
    El análisis político nos enseña que cada vez que unos tienen riquezas inmensas, y que otros no tienen nada; resulta de eso: o la peor de las democracias, o una oligarquía desenfrenada, o una tiranía insoportable; producto necesario de ambos excesos opuestos.

    9ª enseñanza
    La elocución poética debe tener dos calidades: ser clara y estar por encima del lenguaje vulgar. Será clara, si las palabras son tomadas en su sentido limpio; pero entonces no tendrá nada que lo alze. Será alzada por encima del lenguaje vulgar, si para ello se emplea palabras extraordinarias, quiero decir, palabras extranjeras, metáforas, palabras alargadas, en suma, todo lo que no es del lenguaje ordinario. Pero, si el discurso es constado sólo por estas palabras, será un enigma o un barbarismo continuo. Será un enigma, si todo es metáfora; un barbarismo, si todo es extranjero.

    10ª enseñanza
    El hombre es un ser vivo que posee la palabra y un animal político. La humanidad se consagra al hombre en potencia, debe luego pasar al acto y esto pasa por una participación a la vida política de la Ciudad. La palabra toma entonces una dimensión fundamental, permite a la Ciudad existir. Así, para vivir fuera de la Ciudad: hay que ser una bestia o ser Dios.

    11ª enseñanza
    Sólo el creyente filósofo tiene los ojos fijados sobre la naturaleza de las cosas y sobre lo divino, como un buen piloto que es, habiendo amarrado los principios de su vida a las realidades eternas y estables, fondea en paz y vive a solas. Es contemplativa, aunque arraigada en la vida de la ciudad, esta ciencia que es la sabiduría; y sin embargo nos ofrece la posibilidad de hacer todo ajustándonos a ella.

    12ª enseñanza
    El hombre político debe conocer lo justo en sí para determinar lo que es justo y bueno. Lo justo en sí está suspendido de las primeras esencias que existen por ellas mismas debido a su naturaleza eterna. Lo justo no debe ser reducido a los derechos positivos, múltiples y variables; porque su alcance es universal; de lo contrario, no tendremos el criterio adecuado de la justicia eterna. Cual plaga es más terrible que la injusticia que tienen las armas en la mano.

    13ª enseñanza
    La calidad de la expresión verbal es ser clara sin ser común. Es por eso que afirmo: pueda a Dios revelarme algún día el secreto del universo, entonces delante de Él, juro hacerme monje.

    14ª enseñanza
    Es por su carácter, que los hombres son lo que son; pero es por sus acciones que son felices o no. Como tengo poca facilidad para hacer uso de los sentimientos humanos; Dios, después de mí, les dará a Christos.

    15ª enseñanza
    Del estudio de las realidades naturales, distinguo cuatro causas. Tomemos, por ejemplo, una estatua. La causa material: es la materia que compone un objeto, aquí el mármol. Es la causa que hace posible las contingencias y las irregularidades de los objetos. En efecto, la materia "resiste" a la postura en forma. A la forma se oponen las limitaciones de la materia, es de ahí dónde se producen por azar, los "accidentes". La causa formal: es la forma que da el escultor a la materia. La causa final: es el fin, el uso que se quiere hacer la cosa, es su finalidad. Nada llega sin objetivo. La causa eficiente: es la actividad del escultor, el hecho de esculpir. Porque cada desarrollo necesita un motor que pueda ponerlo en marcha. La misma cosa puede tener una pluralidad de causas eficientes, pero no con el mismo sentido.

    16ª enseñanza
    Toda arte y toda búsqueda, lo mismo que toda acción y toda deliberación reflejada; tienden, según parece, hacia algún bien. También perfectamente se tuvo razón al definir el bien: la perfección virtuosa y la luz solar a la que se tiende en toda circunstancia.

    17ª enseñanza
    El que será enviado por el Logos Supremo para acabar mi obra guiará a la humanidad con el fin de encontrar la vía del divino mediador en el seno de la ligereza de la futura guerra de las ideas. Él y sus sucesores edificarán a la vez una ciudad ideal y una estructura universal que irradiará más allá del mar Tirreno y brillará sobre la humanidad entera.

    18ª enseñanza
    La felicidad es una forma de contemplación, que el sabio debe esforzarse en conseguir.

    19ª enseñanza
    La belleza sensible es una imagen de la Belleza eterna que el alma siempre ha contemplado Y las cosas son copias de las Ideas. La belleza es el resultado de ciertas proporciones y de ciertas medidas y ritmos armónicos.

    20ª enseñanza
    La metafísica es la ciencia de lo que es, tal y como es: el ser en cuanto al ser. Es la ciencia de las causas primeras y también la ciencia de lo que es, tal y como es: el ser en cuanto al ser.

    21ª enseñanza
    La esencia de las cosas está en las cosas mismas, y les da forma. El Ser Divino es Todopoderoso Y la esencia de las cosas está en las cosas mismas, y les da forma.

    22ª enseñanza
    El Logos, significa en mi metafísica, el verbo supremo, el principio creativo y racional, la razón del mundo, como conteniendo en sí de las ideas eternas, arquetipo de cualquier cosa.
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