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[Dogma]La Vida de Christos
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Ignius



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MessagePosté le: Jeu Jan 19, 2012 2:52 am    Sujet du message: Répondre en citant

Citation:


Capítulo 15:

Comprenderéis, hijos míos, por qué os puedo contar lo que pasó entonces. Efectivamente, estaba en primera fila justo detrás de Christos y mis ojos, mis oídos, todos mis sentidos estaban alerta en un momento de tan grande angustia.
En poco tiempo llegamos a la oficina del procurador, este nos observó y nos interrogó:


"¿Cuál de los dos es el que se hace llamar Christos?"

Ambos respondimos al unísono:

"Yo, romano".

Sí, hijos míos, estimaba tanto a Christos que deseaba sufrir el castigo en su lugar y por eso intenté atraer sobre mí las sospechas... Pero mi inocencia era grande: Pedro Ponce no tenía duda, tenía ante sí a un hombre grande y bello y a un jovencito rebelde. Naturalmente, se dirigió al primero diciéndole:

"¿Así que eres quien se hace llamar Mesiás, guía y espejo de la divinidad? ¿Eres tú quien altera la paz de la ciudad?”

"Tú lo has dicho, engreído"
-respondió Christos-.

"Escucha"-prosiguió Pedro Ponce- "Desde que estás en Jerusalén la ciudad está sublevada, el pan está duro, las últimas verduras y el pescado tienen mal olor y la carne es nauseabunda. Todo esto porque ahora la gente ya no quiere hacer nada más que escucharte. ¡Además, debilitas el poder de Roma y el culto pagano diciendo sandeces más grandes que tú sobre el amor y todas esas tonterías las cuales nadie cree! Bueno, acabo de recibir una denuncia del sumo sacerdote pagano, parece ser que has pagado un vial, que es bastante!"

El rostro de Christos se abrió con una gran sonrisa antes de responder:

"Lo sé. Veo tu Imperio como un engranaje. Cada mecanismo tiene el lugar que se le asigna en el momento de nacer y realiza regularmente la tarea para la cual fue creado. Y se aprovecha de esto controlando el pueblo y forzándolo a trabajar por salarios indecentes. Ahora bien, yo, que aporto la verdad... es típico. Conozco a un joven de bien que dice: ¡El primero que diga la verdad será asesinado!"

Entonces, Pedro Ponce dijo: "¿Cómo no hemos de aprobar la esclavitud? ¿Incluso cuando se ejerce sobre otros pueblos que no son tuyos?"

"¡No!"
-afirmó Christos-. "¡La solidaridad ha de sobrepasar ahora la simple frontera de la ciudad! Somos todos humanos y por esto Hijos de Dios. Por este motivo hacer trabajar a un mendigo en la mina por menos de diecisiete escudos es una vergüenza, incluso si viene de otra ciudad. ¡Y hacerlo sudar por menos de dieciocho escudos, haciéndole matar una ternera, vaca, cerdo, oveja, es un escándalo!

Pedro Ponce se sentía más molesto a cada rato... Dijo entonces:

"Christos, serás desterrado. Ahora vete. Siguiente asunto: Kramer contra Kramer. ¡Ah, y no te olvides de liberar a Bar-Tabaco, que hoy es el día de la amnistía!"

Entonces Christos, sorprendido por la frase, pronunció estas palabras:

"¡Procurador! Puedes desterrarme pero en cualquier ciudad que esté actuaré siempre así y me convertiré en el mismo peligro para todos los Imperios y Repúblicas que componen el mundo."

Entonces Pedro Ponce perdió los estribos y le respondió:

"Puesto que dices ser tan sabio, y debido a que tengo acidez de estómago se te crucificará como a los agitadores y primero serás ajusticiado por haberme hecho perder el tiempo y haberme cortado la digestión. ¡No debiste buscarme!"

Después, Pedro Ponce, se dio cuenta de mi presencia tuvo piedad de mí y de mi juventud al verme llorar. Se dirigió a uno de los guardias y le dijo:

"¡Echa a este, vamos!".

Pero Christos me agarró de la manga y tuvo tiempo para decirme al oído:

"Mi cuerpo sufrirá mil tormentos, pero es para que vuestras almas no tengan que sufrirlos. Cuando recéis al Altísimo, consagrareis el pan y el vino de la amistad, símbolos de mi carne y mi sangre, para que nunca se olvide mi sacrificio por vosotros. Rendid homenaje, también, a quienes por su virtud serán un ejemplo de amor a Dios para sus ojos. Realmente no hay ningún homenaje a Dios mejor que el de dar sin esperar nada a cambio."

Las últimas palabras fueron gritadas, puesto que se llevaban a Christos a las mazmorras mientras que los guardias me empujaban para echarme.





Traducido por Monseñor Eduardo d' Hókseme.
Revisado por Casiopea.


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Ignius



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MessagePosté le: Jeu Jan 19, 2012 2:54 am    Sujet du message: Répondre en citant

Citation:


Capítulo 16:

¡Fue un momento atroz! Cuando caí en la calle y los guardias me golpeaban con sandalias, estaba tan trastornado por lo que acababa de pasar ante mi mirada de niño que no noté la dureza de los adoquines y de las suelas. La confidencia de Christos tomaba ahora sentido y entendí finalmente la inmensidad de la historia de aquel hombre.

Me eché a llorar y me fui a recorrer los caminos sin saber a dónde ir... Los curiosos me miraban extrañados, inspirados por la compasión algunos, divertidos otros. Cuando de repente, sentí la música de una corneta romana... instintivamente me guié por el ruido y mis pasos me llevaron a un gran lugar.

La cohorte de legionarios permanecía armada rodeando a Christos con Ponce y el Sumo Sacerdote pagano a la cabeza montados a caballo. Todos subían en fila, lentamente, por la colina de los condenados... seguidos por una multitud cada vez más grande cuyo clamor llenaba los callejones y subía hasta el cielo.

Nada podía detener a los guardias, ni los gritos de Natchiatchia ni los de los apóstoles...
Con Christos, llevaban también otros dos condenados por especulación, que se llamaban Black y Decker. Aquellos acabarían descuartizados.

La subida fue dolorosa, agotadora, sobre todo porque era un día caluroso y pesado. El sol iluminaba la naturaleza y la ciudad cubriéndo todo de un clima de malestar y tensión. Pero esto no impedía a la multitud subir y llorar la próxima muerte de aquel a quien empezaban a amar.

Pedro Ponce y el Sumo Sacerdote pagano que no se cansaban, puesto que iban a caballo, llegaron rápidamente la cima de la colina. Viendo como se acumulaba la multitud decidieron que la pena por haber perturbado el orden de la ciudad y por haber predicado en contra de la creencia del sacerdote tendría que ser ejemplar.

Christos fue azotado durante más de una hora por los guardias, pero nunca salió ningún grito de su boca. Aguantó los peores tormentos con un aire tranquilo y sereno.

Entonces los verdugos insultaron a Dios y se burlaron de la Fe de Christos esperando desencadenar su cólera. Pero no respondió, a pesar de que lo rodearon con cuerdas estiradas por poleas, según los deseos del Sumo Sacerdote.

Christos permanecía inmóvil ante la crueldad de los hombres. Pese a su sufrimiento y su dolor la fe en Dios era lo que lo sostenía. Su cara nunca había sido tan hermosa como en aquel momento. Su angustia había pasado y en su expresión sólo había un profundo amor y paz interior.

Los romanos y paganos decidieron pasar a cosas más serias. Pidieron que tuviera lugar la crucifixión.

Clavaron a Christos sobre una gran cruz de madera que, a continuación, levantaron sobre la colina. Y Christos se encontraba allí arriba, dominando al resto de humanos... Como un cordero se había sacrificado sobre el altar del orden establecido porque ponía en entredicho la sociedad de aquellos tiempos y sus falsos valores.

Christos murió después de horas de agonía... agonía durante la cual rogaba al Altísimo y miraba a los hombres tumbados en el suelo. Fue durante la noche, mientras la brisa refrescaba y el cielo se oscurecía, que entregó su alma con un suspiro.

Entonces un gran rayo cayó del cielo y atravesó las nubes sombrías y amenazantes y vimos resplandecer el cuerpo de Christos. Sin que desaparecieran aquellos destellos, en el cielo se reflejaban los relámpagos y, de repente, unos rayos tremendos estallaron en la tierra como para castigarla por haber perpetrado aquel crimen atroz... Como en un espantoso furor de violencia de los elementos una lluvia fortísima empezó a caer, expulsando a los romanos de la colina de los condenados y anegando el suelo, como para limpiarlo de la sangre de Christos. Aquella sangre, pronto fluyó por la tierra mezclada con la de los otros dos condenados, entre el sudor y sus lágrimas.

Pero después de un momento, la naturaleza se calmó, la lluvia cesó, los relámpagos se detuvieron, los rugidos de los truenos callaron y las nubes desaparecieron sumidas en un rayo de luz, que hizo aumentar el brillo que inundaba ahora la colina.

Entonces vimos aparecer entre los resplandores a una gran nube de ángeles celestiales. Todos descendían del cielo con gracia, volando sobre la colina. Tomaron el cuerpo del Mesías, guía y espejo de la divinidad, y lo elevaron a los cielos, llevándolo para que se uniera al trono de Dios.





Traducido por Monseñor Eduardo d' Hókseme.
Revisado por Casiopea.


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MessagePosté le: Jeu Jan 19, 2012 2:56 am    Sujet du message: Répondre en citant

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Epílogo:

He aquí, amigos míos, hijos míos, hermanos míos, que les he entregado mis memorias sobre la vida de este hombre fascinante. Si no se lo he explicado todo es porque empezando estas memorias tenía miedo de que la muerte no me permitiera concluirlas. Hoy estoy tranquilo y es posible que, si el Señor me da vida, todavía pueda enseñarles más adelante más cosas sobre Christos y sobre lo que hicieron los apóstoles.

Recuerden, sobre todo, su mensaje... Vivan como él vivió, porque él es un ejemplo que hay que seguir. Él mismo me lo dijo muchas veces:


"Que todos los hombres y mujeres sigan el camino trazado, puesto que Dios compensará a las personas justas cuando pronuncie su veredicto."

Tengo tantas historias para contar sobre Christos, sobre sus palabras, sus adagios, sus alegorías. Las transcribiré algún día si encuentro tiempo y fuerzas... pero por desgracia la vida pasa como una estrella fugaz y el tiempo nos lleva a la vejez tan rápidamente que no nos damos cuenta.

Así he ocupado mi existencia: transmitiendo la buena nueva en todas las ciudades, repúblicas, imperios. He viajado, he estudiado, he encontrado, he rezado y he tratado, en la medida que me ha sido posible, de cumplir mis días de amor y amistad, de virtud y de perdón. Esta ha sido la clave de mi felicidad.

¿Merezco el Paraíso? No lo sé, puesto que sólo el Altísimo puede decidirlo. Sea cual sea mi vida terrestre ha sido bella y maravillosa y agradezco cada día al Eterno el hecho de haberme dado alma.

¡Que mis escritos sean para vosotros un testamento, amigos! Es lo que heredaréis de mi y lo que os doy a modo de despedida. Cuidad esto y compartidlo con otros, divulgadlo, transmitidlo por todos los lugares que podáis.

¡Oh! Es difícil acabar y dejaros así, porque no puedo dejar este ambiente dulce y místico que me embarga cada vez que recuerdo mi juventud... pero ahora mis ojos están cansados, la luz inestable de mi vela no es suficiente para alumbrar mi pergamino... mi pluma se cae de mis dedos doloridos...

Y la noche ha invadido mi cielo dejándome solo, pensativo, bañado por la claridad dulce de la luna.

Samoth, LXXXVII d.C.





Traducido por Monseñor Eduardo d' Hókseme.
Revisado por Casiopea.



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